Empresarios y reforma, como los pobres y el
cielo
Por
Martín Velez
“Pobre del pobre que al cielo no va; se jode aquí,
se jode allá”. Así dice un viejo refrán, actualmente en desuso, que fue
retomado en una canción, probablemente de Oscar Chávez. Vida de perro aquí,
perruna vida allá. Por eso si a Usted, amable e imaginario lector, le tocó en
este mundo echarse aire con abanico o con cúler, entonces haga lo que hace este
tecleador: pórtese bien; camine por la pura rayita de la moral y la
virtud. Así, en la otra vida tendrá derecho a gozar de las comodidades que brinda
el mini-split. De otro modo, el escenario está más bien gacho: largos calorones
aquí, eternos mega calorones allá.
Con la clase empresarial mexicana, está por ocurrir
algo muy parecido a lo que pasa con los pobres que no van al cielo: años y años
clamando esperanzados por las “reformas estructurales”, sólo para venir a
encontrarse en el peor de los mundos; una reforma los jode… la otra también.
Nos referimos, desde luego, a las “reformas” de moda: la fiscal y la petrolera.
Veamos.
El grupo que gobierna al gobierno de Peña Nieto
tiene como máxima prioridad la reforma petrolera. Los que se hicieron amos de
México con las privatizaciones salinistas saben que el modelo está agotado:
treinta años de crecimiento económico virtualmente en ceros, que dieron para el
amasado de una cincuentena de fortunas dignas de Forbes, frente a una
cincuentena de millones de pobres, la mayoría de estos últimos, por supuesto,
muy lejos de ir al cielo.
Agotado el modelo, no hay más riqueza que la renta
petrolera. Unos cuantos mega empresarios mexicanos quieren asociarse con
las petroleras gringas, para quedarse con una parte de lo que hasta el día de
hoy cubre hasta el 40% del ingreso fiscal. Si algún empresario, grande, mediano
o pequeño, está pensando que los bonitos “contratos de utilidad compartida” son
para él, está terriblemente equivocado. La lista de los beneficiarios de esos
contratos la trae Carlos Salinas en la bolsa de su nalga izquierda. Desde luego
es una lista muy corta y maloliente, porque ninguna privatización que ha
manejado esa banda de corruptos puede oler bien.
Pero tendrá que sustituirse el ingreso fiscal
petrolero, que irá a parar a manos privadas (de esas manos privadas que no se
privan de lo ajeno). Por esa razón se necesita una reforma fiscal. Esa otra
reforma la pagarán, además de la clase media, los empresarios nacionales que
serán excluidos de los supuestos beneficios de la “reforma energética”.
Así las cosas, las empresas mexicanas no monopólicas se joderán doblemente:
primero, quedarán fuera de los jugos de la reforma petrolera, y, segundo,
porque pagarán buena parte de los costos de la reforma fiscal, que será indispensable
para tapar el hoyo fiscal que generará la primera.
Y se joderán triplemente. Porque está demostrado
que las empresas mexicanas cargan con sobreprecios de los insumos que tienen
que comprarle a las empresas monopólicas privadas: cemento, telefonía,
publicidad electrónica, metales, transporte ferroviario, son sólo algunos
ejemplos de los productos que la economía mexicana paga con sobreprecios
monopólicos. La fortaleza de los monopolios privados es causa y origen de la
debilidad del empresario común.
Treinta años de dominio salinista así lo
demuestran: mientras crecen con desmesura las fortunas de unos cuantos, la
economía se debilita, estancándose las empresas de los verdaderos empresarios,
ajenos éstos últimos al tráfico de influencias en las alturas de la corrupción
privatizadora. De esos empresarios que no irán al cielo de la reforma
petrolera… y los joderá la reforma fiscal. Lástima, Margaritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario