miércoles, 10 de julio de 2024

TETABIAKTE, GUERRILLERO CONTRA EL GOBIERNO

 Tetabiakte: Héroe de una raza fuerte y vigorosa

Por Santos García Wíkit

[Este relato fue escrito por Santos García Wíkit, en la década de los 50´s es la concepción mas realista y la narración poética mas acabada de lo que se interpreta del abuso contra Juán Maldonado Tetabiakte, sus hermanos y su gente cercana, que puede considerarse como un respuesta, una guerrilla frente al abuso cometido en contra de yaquis. Tetabiakte no fue un gran prócer de la tribu, solo fue alguien que contestó con furia ante tanta represión a principios del siglo 20 y de las matazones de los yoris armados y del ejército pofirista contra indígenas. Santos García Wíkit fue un gran escritor que tuve el honor de tratarlo años antes de su fallecimiento, avanzados sus 90 años de edad.- Alejandro De la Torre D.]
     
A lo lejos, Bakatete reverbera su leyenda…
Roca fortaleza que fuera señorío de la raza Yaki. Allí la sombra del viejo Tetabiakte con el gesto que sacudía vigorosamente a su valeroso pueblo…
Es el tremendo Caudillo…Es el descendiente de otra raza (los Sules) perdida en la leyenda.
Las fechas han quedado en la negrura del pasado; pero fue en aquellas lunas que iluminaron con su luz, la epopeya de una tribu que defendió su suelo y su libertad.
Mi padre y el abuelo de su abuelo, supieron de aquellas guerras, de aquellos hombres que hundían sus raíces en esa raza acrisolada en la lealtad, sobria en la palabra indígena, atada fuertemente a las supersticiones con las ligaduras casi irrompibles del atavismo secular; pero apta para sentir el peligro y para reaccionar en defensa contra todo golpe artero.
Aquél hombre, Tetabiakte, había recogido los secretos de la sierra, y en su actitud estaba la firmeza de las llanuras del Yaki.
Como una lejana visión, soñaba con las más altas cumbres del Bakatete, la montaña que anuda en su cuerpo de piedra, las mil ramas telúricas que buscaban la comba azul.
¡Pero llegaron ellos! ¡Los advenedizos!
Su cabeza dio vueltas como remolino del Río Yaki.
Su corazón dio tumbos como olas del mar embravecido.
Sus pensamientos, como el viento, cruzaron el espacio.
Extasiado contemplaba su cielo constelado de estrellas, ese cielo que allá, a lo lejos, se abatía sobre la sierra del Bakatete, montaña salvaje poblada de misterio, de leyendas, salpicada de heroísmo.
Después del asesinado Ka-je-e-me, los Yakis dan nuevas muestras de inquietud. Tetabiakte toma la autoridad legal del gobierno autocrático.
Por consecuencia, es Pueblo Mayor Juan Tetabiakte, el más querido y noble de los gobernantes indígenas, por su lealtad y pureza en el proceder y, de hecho y derecho, quién preside la nación Yaki.
 Emprende una campaña intensa contra las tropas de los gobiernos federal y estatal, proclamando justicia, causa por la que hace prosélitos y enciende la guerra más poderosa que ha registrado el Yaki en su historia.
Ahora se pelea en forma incontenible, inteligente y audaz, en encuentros legendarios entre Yakis y federales.
Al fin, terminó con la llamada “Paz de Ortiz”, negociada por Tetabiakte ante el general Francisco Peinado.
Tres años duró la tregua. Los Yakis, encabezados por su jefe Juan Tetabiakte, trabajaban empeñadamente y hacían fructificar las fértiles tierras del Yaki, en las estribaciones de la sierra.
El vivía feliz, querido y respetado por todos los de su raza, rodeado de sus familiares. Tetabiakte el ganadero más rico de la sierra. Pero de vez en cuando rumiaba odio y cólera contra el yori, al recordar el asesinato de su hermano menor Luciano.
Muerte de Tetabiakte
En cierta ocasión, al regresar Tetabiakte de una corrida donde había herrado más de cien becerros, en unos mezquitales cercanos al rancho se encontró colgados y acribillados a balazos a sus hermanos Manuel y Luis.
Su hogar estaba hecho cenizas.
Desbordó en cólera, estalló su odio. Increpó al cielo y ante las sepulturas aún tibias de sus hermanos, juró en infernal rito pagano vengarse matando a cuanto yori cayera en sus manos.
A causa de tantos abusos contra los Yakis, se emprendieron nuevamente sangrientos combates, entre los que figuran el de Palo Parado, Lokobampo, Bíkam, Laguna Prieta, Baweba y Maso Koba.
Esta última batalla fue la más reñida en la que perecieron miles de Yakis.
Luchas intestinas, absurdas y sangrientas, no tuvieron más resultados que los hartazgos de fieras y aves de rapiña.
La sierra del Maso Koba tiene una altura que emerge a unos 200 metros de un vallecillo.
De dicha altura, contrafuerte vigoroso de las montañas inmediatas, que termina en una meseta que limita un alto cantil, verdadero abismo cortado a pico, fue por dónde se precipitaron miles de Yakis antes de caer prisioneros.
Puede verse en el fondo aún enteramente blanco, por la osamenta que lo cubre, un verdadero hacinamiento de cráneos, tibias, rótulas y costillas.
El alma de la insurrección era Tetabiakte: Enérgico, tesonero, indomable.
Luchó frente a frente contra José Loreto Bibia. El duelo tenía que ser a muerte. Era el choque rudo de dos individuos que representaban a dos tendencias irreconciliables…
Perdió la partida el Jefe de la Tribu, a manos de su antiguo lugarteniente, el 10 de julio de 1901, en un cañón de la sierra de Maso Koba.
Los restos de Tetabiakte, están enterrados bajo un montón de piedras en la falda de la loma, sobre la que está asentado el Bakatete.
A varios años de distancia, un coronel de apellido Navarro, que asistió al entierro de Tetabiakte, volvió al Bakatete, sacó y robó el cráneo del caudillo.
En el campamento, Navarro mandó redactar un acta en la que detalló la extracción del cráneo.
Después, en repetidas ocasiones, algunas mujeres Yakis intentaron robar el cráneo de Tetabiakte, haciéndose pasar como vendedoras. Les fue imposible.
Años después, al preguntarle a Navarro, ya convertido en general de brigada, sobre el paradero del cráneo, informó que se lo había obsequiado junto con el acta, a un médico que residía en la ciudad de Querétaro.
Llegamos así, al epílogo del más acabado y ejemplar héroe. El más brillante ejemplo del héroe cuya vida es amalgama de virtudes y pasiones, de odios y de la más absoluta lealtad, sin dejar por eso de alcanzar en ocasiones, los linderos de la leyenda.

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