Texto magistral
DERROTA
Y México en las olimpiadas.
Por Alejandro de la Torre D.
Cuando niño vi en la televisión de
blanco y negro los juegos olímpicos de Múnich 72 y después los de Montreal 76.
Los desguanzados competidores mexicanos siempre quedaron eliminados en las
competencias y mi espíritu juvenil fue decepcionado.
Me tocó igualmente ver un masivo mitin
del candidato José López Portillo por las calles Sonora y Galeana en el centro
de Ciudad Obregón, que obtuvo el 98 por ciento de los votos siendo competidor
único en 1976.
México obtuvo una medalla de oro y
una de bronce, pero siempre en todas las demás competencias quedaba fuera sin
posibilidades, hasta en el futbol, deporte preponderante.
Fue hasta 1988 cuando apoyé a
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, votando por primera vez con una credencial de
elector anaranjada sin huella ni foto pero hubo fraude esa elección y asumieron
el poder Carlos Salinas y el PRI por enésima ocasión.
Me emocionaba en todos los juegos
olímpicos cuando la bandera subía al pódium y cuando tocaban el himno nacional
mexicano en las pocas medallas de oro obtenidas en tres décadas. Perdí la
inspiración.
El escritor Ricardo Garibay comentaba
que la competencia olímpica tenía una relación directa con los países que
pasaban por guerras ya que la disciplina, la resistencia y el esfuerzo son
cualidades militares.
Y creo que así es, Rusia, China,
Japón, EU, Alemania, Reino Unido, todo Europa con sus ejércitos de guerra del
siglo 20 infundieron el arrojo y el espíritu de lucha que se reflejan en los
triunfos de las competencias olímpicas y la cantidad de medallas de oro, plata
y bronce que registran desde la primera guerra mundial.
Latinoamérica históricamente no fue
una región en guerra, tal vez solo Cuba por su revolución infundió en sus
deportistas este impulso para ganar los primeros lugares.
En toda competencia y en la guerra
también hay una síntesis dialéctica que tiene que ver con el papel desempeñado
por el no ganador, -sin el no ganador, no existiría el ganador-: para que haya
un triunfador debe haber ineludiblemente un derrotado.
El ganador se glorifica ante la
pesadumbre del vencido, “si no existo” afirma el vencido, “tú tampoco existes”.
El vencido el único camino que tiene es regresar a competir, el vencedor, solo
es bajar de su lugar.
La derrota tiene mucho que ver con el
“Ser” mexicano, el filósofo michoacano, Samuel Ramos ya hablaba de que el
mexicano tenía un “sentimiento de inferioridad oculto por camuflajes”.
La “derrota” mexicana tuvo y tiene
mucho que ver con sus antecedentes históricos de despojo de la mitad de su
territorio por los EU en 1849 y por la invasión francesa, así como la derrota
de la revolución de independencia de Hidalgo y Morelos, fusilados, igual que el
proyecto popular de la revolución mexicana, derrotado por el modelo burgués de
Carranza y Obregón.
La palabra DERROTA sin embargo, en su
primer significado no es antónimo de triunfo. Derrota significa rumbo de
navegación, es vereda o senda, también significa permiso para que entren los
ganados al pasto después de la cosecha.
La palabra triunfo al contrario, no
tiene mayor acepción, es solo ganar, por lo tanto es un concepto expresamente
dirigido a -vencer al derrotado-.
El laureado es el premiado con
únicamente la victoria, con las guerras ganadas por el perpetuo imperio romano
antes de cristo, exterminando al oponente. El laurel es el símbolo absoluto de
la no existencia del vencido. Julio César mandó hacer una corona de laurel de
oro, imitando a los griegos que colocaban una rama de olivo reconociendo a los
grandes poetas, pero el símbolo de victoria absoluta fue inventado por el
emperador que aplastaba.
La derrota es símbolo del fracasado,
del acabado, del frustrado. La opresión viene desde la derrota de los aztecas,
de la derrota de los criollos independentistas, de la guerra con los EU y el
despojo de Texas y la muerte en el castillo de Chapultepec. De la derrota de
los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo 20 y la guerrilla
mexicanos, de la derrota de Cárdenas por el fraude Salinista y el
neoliberalismo que saquearon al país.
Pero no todo ha sido derrota, al fin
y al cabo el reino español fue expulsado, Napoleón tercero también, Victoriano
Huerta derrocado y el régimen priista después de tres décadas remplazado del
poder público.
Es innegable el lastre, de que las
cosas no funcionarán, que no tendrán éxito, que fracasarán, en la conciencia de
“lo mexicano”. Ahí está el caso de la participación electoral de la izquierda
mexicana, hace cuatro décadas los partidos políticos socialistas y el PRD
navegaban con el símbolo de la derrota continua. “¿Cuándo van a derrotar al
PRI? –se decía–, ¡nunca!”.
El triunfo frustrado de 1988 y el
actual logrado de 2018 rompieron el idioso tabú, el esquema mental de derrota,
fue derruido.
Pero en el subconciente mexicano
costará mucho trabajo dejarlo atrás, abandonar el trauma de que no existe la
posibilidad de que la justicia se imponga, triunfe y deje de ser derrotada una
y otra vez, de forma persistente.
El atropellado, el vejado, el que
espera justicia ante la ley, es continuamente reprimido, frustrado y despojado
de su reclamo de igualdad y derecho.
Las cárceles están llenas de
injustamente presos, los procesos legales llenos de inconsistencias e
injusticia, la autoridad no actúa salvando al desprotegido y al pobre, si no al
apoderado y adinerado.
La carga de la derrota recae en los
hombros del proletariado, de gran parte de una clase media vejada y de los
ignorantes e incautos, que en su mayoría sufren de pobreza económica.
El trabajador despedido, el deudor
engañado, el pequeño propietario son avasallados por la trasnacional, la
empresa prestamista o el acaparador abusivo.
La derrota es una carga del campesino
frustrado, del desempleado fracasado, del pueblo pobre sin derechos sociales,
del pordiosero, del indígena. “Eres pobre por que eres un derrotado”.
La pobreza en este esquema de “la
derrota”, es el profundo clasismo de la sociedad mexicana. Si algo daña a la
prosperidad del país es esta perturbación sicológica, de que el pobre es pobre
porque su mentalidad es de fracaso y por eso es despectivamente arrinconado por
el desprecio del que tiene dinero. No tienes dinero por pendejo. No te protege
la ley porque no tuviste dinero para defenderte, por pendejo.
Las estructuras judiciales son
altamente clasistas y someten a inocentes y a indefensos a sus “inevadibles
escrutinios”.
Y tenemos en nuestra sociedad a
presos que no deben estar presos, a libres que deben estar presos, a marginados
que no tienen derechos, a corruptos y ladrones que son “inocentes” y a
inocentes perseguidos por las “instituciones de justicia” por procedimientos
que no son para los acusados por su pobreza.
El fracaso es el adjetivo del pobre.
El pobre no es fracasado por el solo hecho de ser pobre, pero así lo recrimina
la sociedad clasista, la ideología dominante.
Para esta ideología de los que
controlan el poder, el indígena yaqui es un fracasado no por ser indígena, si
no por ser pobre. El obrero de la maquiladora es un fracasado no por dedicarse
a vivir de sus manos, si no por ser pobre. El desempleado es un fracasado, no
por ser un desadaptado por el sistema formal de la economía, si no por ser
pobre.
La derrota no existe, es lo adverso
del esquema mental del triunfador, pero en realidad es un mito.
Existe el no ganador, el que no gana,
a pesar de su esfuerzo, el que es vencido por el triunfador que solo existe a
costillas de él.
El que no gana, la lógica nos lo
dice, ganará, no puede seguir sin ganar, ganará porque todo lo que hay enfrente
es solo ganar.
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