miércoles, 25 de septiembre de 2019

El herbicida Faena o glifosato

Glifosato, el cancerígeno nuestro de cada día
Luis Enrique Ortiz
El glifosato es probablemente el herbicida más utilizado en la agricultura alrededor del mundo. Está presente en muchos de nuestros alimentos, desde las tortillas de maíz y el pan, hasta las cervezas nacionales más conocidas y consumidas y en los vinos de California, pasando por la carne del ganado alimentado con forrajes transgénicos como maíz y soya, asimismo en la leche, el cereal del desayuno y en zonas agrícolas también en el aire que se respira. 
 
Se le puede encontrar en el agua para beber y en la ropa de algodón procedente de fibras originadas en semillas genéticamente modificadas.
Prohibido o de uso restringido en una veintena de países, su aplicación directa a todo tipo alimentos para humanos y animales, que serán consumidos por humanos, es perfectamente legal en México.
El glifosato pasa de un forraje para reses o cerdos, al plato del más fino restaurante, debido a que es acumulable, persistente y no biodegradable. Pero ese no es el problema sino los efectos sobre la salud humana a los que está asociado.
Descubierto desde los años setenta y usado masivamente desde inicios de la milagrosa Revolución Verde en el campo, apenas en 2015 la Organización Mundial de la Salud lo catalogó como probable cancerígeno y, para al menos tres jueces federales estadounidenses –de 2017 a la fecha- no hay vuelta de hoja, el glifosato es causa de distintos tipos de cáncer, razón por la cual la principal productora del agroquímico, Monsanto-Bayer, ha sido condenada por la justicia norteamericana a pagar miles de millones de dólares en indemnización a víctimas que enfermaron por su uso. Aunque luego se hayan dado rebajas en las mismas al ser apeladas por la trasnacional.
De acuerdo a la monografía que al respecto publicó el Conacyt en abril del presente año “El glifosato en bajas concentraciones daña las células del hígado, los riñones y la piel; en este último órgano, provoca envejecimiento y potencialmente cáncer”.
Diversas investigaciones asocian al glifosato como causa de mal de Parkinson y en materia de medio ambiente, se le relaciona a la disminución en la población de polinizadores –como las abejas- por la pérdida de la diversidad vegetal que provoca su uso, recomendado por su amplio poder para el combate de las “malas hierbas”.
En marzo de 2015, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), dependiente de la ONU, y con sede en Francia, afirmó que el Round Up causaba cáncer en ratas de laboratorio, pero que no tenía evidencia que lo provocase también en humanos, por lo que lo catalogó como probable cancerígeno.
Meses después aparecieron en California miles de demandas contra el Monsanto, acusado de provocar cáncer a seres queridos.
En agosto de 2018 un jurado condenó a esa empresa, que fue comprada por la alemana Bayer, a pagar 289 millones de dólares a un hombre de 46 años llamado Dewayne Johnson, quien habría desarrollado un tipo de cáncer incurable provocado por su contacto directo con el glifosato, al trabajar aplicando dicho herbicida en San Francisco, California. Se trata la primera demanda que llegó a juicio y que concluyó con una sentencia condenatoria contra la multinacional.
En una nota publicada por El País, a principios de 2019, otro jurado condenó a Monsanto-Bayer, a pagar más de 2 mil millones de dórales a Alva y Alberta Pilliod, quienes de acuerdo al fallo, desarrollaron cáncer por manipular el herbicida, además –alegan- en sus etiquetas la empresa no advierte de las consecuencias que puede provocar su producto en humanos.
En México, Faena y los otros nombres con que se conoce al glifosato es ampliamente consumido para su uso en la agricultura, debido a que está diseñado para matar todo tipo de plantas, excepto las conocidas como transgénicas, a cuyas semillas les agregan genes -por ejemplo de animales- para que precisamente los cultivos que de ellas surjan sean inmunes al agro químico. De esta manera, en un campo de cultivo se muere todo vegetal que le compita en espacio y nutrientes al objeto del negocio. Los animales e insectos que dependen de esas plantas abatidas, también morirán, sean malos o buenos para las personas.
El problema es que al comer productos de soya transgénica, o carne de ganado alimentado con forrajes modificados en su ADN, el producto se almacena en los tejidos grasos de oleaginosas, animales y personas que los consumen. No sólo pasa de la comida al cuerpo humano, sino que se queda porque es persistente y es no biodegradable, por lo que además se acumula.
Crece cada vez más el consenso de que los síntomas de los linfomas que produce, pueden tardar más de diez años en aparecer. En México está prohibido cultivar el maíz transgénico, aunque un juez nacional, al contrario de EEUU, permite que se haga en una pequeña superficie con fines experimentales.
Lo que no está prohibido es consumir transgénicos y de alguna forma llegan a la mesa, a la parte más íntima del mexicano que son las tortillas. Hace casi un año, en octubre de 2019: “La Asociación de Consumidores Orgánicos (ACO) reportó haber encontrado niveles altos del químico glifosato y de AMPA -su metabolito principal- en muestras de harina de maíz blanco y amarillo provenientes de diferentes partes de México”, cereales con los que se elaboran harinas de la marca Maseca o Cargill.
Distintas organizaciones ambientalistas como Greenpeace, revelaron muy recientemente que casi todas las marcas de cerveza asociadas a los grupos más populares como son Tecate y Modelo, contienen rastros de glifosato en cantidades elevadas, incluyendo a sus productos estrella Heineken y Stella Artois, que llegar al país con fama de inocuas.
En octubre del año pasado, En Estados Unidos, la EWG (Environmental Working Group) encontró ¿Qué creen? Glifosato de 26 de 28 muestras de los cereales más populares para el desayuno de los niños, en ese país.
El glifosato puede ser omnipresente en nuestra vida, pero la falta de legislación para que sea obligatorio el etiquetado y medidas de advertencia, dificulta saber qué de todo lo que comemos, bebemos, respiramos o nos ponemos, contiene la multicitada sustancia.
De acuerdo al Conacyt, se aplica en todos los valles del país por lo menos desde hace 20 años en cultivos de soya y algodón, no en balde desde 2015 se tienen reportes de artículos como pañales, tampones y disopos, en los que se encontraron cantidades de glifosato que son nocivas para la salud humana. El tema lo retomó la Asociación de Consumidores Orgánicos en marzo de 2019.
La Laguna, Sinaloa, Durango, Chihuahua y los valles de Mexicali, Caborca, Sur de Sonora y la Costa de Hermosillo, son grandes consumidores del agro tóxicos, mientras que miles de jornaleros y trabajadores agrícolas, tienen contacto diario con él a través de la piel y el aire que respiran y hasta por los ojos.
Sencillamente no sabemos y no tenemos legal derecho a saber, si lo que consumimos o nos ponemos, contiene dosis preocupantes del presunto y multi acusado cancerígeno.
Existe una lucha continental contra MONSANTO, pero en México parece ser que nadie se ha dado cuenta, porque el interés está puesto en otra cosa y cuando bien va en otros asuntos ambientales menos complicados.
Adicional a la prohibición total de transgénicos en el país, debe limitarse a cero su importación, sea como materia prima o dentro de artículos de consumo final, en su caso, antes es necesario que de manera urgente se legisle para que, mediante el etiquetado y una vez advertidos, cada quien decida si consume o no productos con glifosato, algo así como el tabaco. Las cervezas ya tienen letreros de advertencia sobre sus efectos nocivos a la salud, pero no es lo mismo morir de cruda, que de la lenta y muy dolorosa agonía del cáncer, esa es a parte que no se deja en claro.
Expertos en Sonora, como Ramón Morales y Rodrigo González, productor de alimentos orgánicos, el uno e investigador del Itson, el otro, han demostrado la conexión entre el consumo de agro tóxicos por diversas vías y diversos padecimientos crónico degenerativos, convirtiendo a regiones como los valles del Yaqui y Mayo, en uno de los de mayor incidencia de todo tipo de cáncer a nivel mundial.
Productos como el glifosato provocan más muertes que el narcotráfico, apunta Morales Valenzuela, quien además afirma, que es sobre la base de la producción a base de venenos de laboratorio, como el de marras, que la Revolución Verde ha sido considerada exitosa, al elevar la productividad o rendimientos de la tierra.
La abundancia de la superavitaria balanza agropecuaria de México, no ha ido a la favor de la disminuir el hambre y a pobreza, como se prometió a principios de los años 70 con el Doctor Norman E. Bourlog, pero si en hacer de la oncología un gran negocio.
Este estado de cosas es más que justificatorio, para que en éste país, los apoyos para el campo se vayan a los productores en pequeño y para auto consumo, quienes tienen más posibilidades de aplicar fertilizantes y controles de plagas amigables con la salud y la naturaleza.

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