Glifosato, el cancerígeno nuestro de cada día
Luis Enrique Ortiz
Luis Enrique Ortiz
El glifosato es probablemente el herbicida más utilizado en la
agricultura alrededor del mundo. Está presente en muchos de nuestros
alimentos, desde las tortillas de maíz y el pan, hasta las cervezas
nacionales más conocidas y consumidas y en los vinos de California,
pasando por la carne del ganado alimentado con forrajes transgénicos
como maíz y soya, asimismo en la leche, el cereal del desayuno y en
zonas agrícolas también en el aire que se respira.
Se le puede
encontrar en el agua para beber y en la ropa de algodón procedente de
fibras originadas en semillas genéticamente modificadas.
Prohibido o de uso restringido en una veintena de países, su aplicación
directa a todo tipo alimentos para humanos y animales, que serán
consumidos por humanos, es perfectamente legal en México.
El
glifosato pasa de un forraje para reses o cerdos, al plato del más fino
restaurante, debido a que es acumulable, persistente y no biodegradable.
Pero ese no es el problema sino los efectos sobre la salud humana a los
que está asociado.
Descubierto desde los años setenta y usado
masivamente desde inicios de la milagrosa Revolución Verde en el campo,
apenas en 2015 la Organización Mundial de la Salud lo catalogó como
probable cancerígeno y, para al menos tres jueces federales
estadounidenses –de 2017 a la fecha- no hay vuelta de hoja, el
glifosato es causa de distintos tipos de cáncer, razón por la cual la
principal productora del agroquímico, Monsanto-Bayer, ha sido condenada
por la justicia norteamericana a pagar miles de millones de dólares en
indemnización a víctimas que enfermaron por su uso. Aunque luego se
hayan dado rebajas en las mismas al ser apeladas por la trasnacional.
De acuerdo a la monografía que al respecto publicó el Conacyt en abril
del presente año “El glifosato en bajas concentraciones daña las células
del hígado, los riñones y la piel; en este último órgano, provoca
envejecimiento y potencialmente cáncer”.
Diversas investigaciones
asocian al glifosato como causa de mal de Parkinson y en materia de
medio ambiente, se le relaciona a la disminución en la población de
polinizadores –como las abejas- por la pérdida de la diversidad vegetal
que provoca su uso, recomendado por su amplio poder para el combate de
las “malas hierbas”.
En marzo de 2015, la Agencia Internacional
para la Investigación del Cáncer (IARC), dependiente de la ONU, y con
sede en Francia, afirmó que el Round Up causaba cáncer en ratas de
laboratorio, pero que no tenía evidencia que lo provocase también en
humanos, por lo que lo catalogó como probable cancerígeno.
Meses después aparecieron en California miles de demandas contra el Monsanto, acusado de provocar cáncer a seres queridos.
En agosto de 2018 un jurado condenó a esa empresa, que fue comprada por
la alemana Bayer, a pagar 289 millones de dólares a un hombre de 46
años llamado Dewayne Johnson, quien habría desarrollado un tipo de
cáncer incurable provocado por su contacto directo con el glifosato, al
trabajar aplicando dicho herbicida en San Francisco, California. Se
trata la primera demanda que llegó a juicio y que concluyó con una
sentencia condenatoria contra la multinacional.
En una nota
publicada por El País, a principios de 2019, otro jurado condenó a
Monsanto-Bayer, a pagar más de 2 mil millones de dórales a Alva y
Alberta Pilliod, quienes de acuerdo al fallo, desarrollaron cáncer por
manipular el herbicida, además –alegan- en sus etiquetas la empresa no
advierte de las consecuencias que puede provocar su producto en humanos.
En México, Faena y los otros nombres con que se conoce al glifosato es
ampliamente consumido para su uso en la agricultura, debido a que está
diseñado para matar todo tipo de plantas, excepto las conocidas como
transgénicas, a cuyas semillas les agregan genes -por ejemplo de
animales- para que precisamente los cultivos que de ellas surjan sean
inmunes al agro químico. De esta manera, en un campo de cultivo se muere
todo vegetal que le compita en espacio y nutrientes al objeto del
negocio. Los animales e insectos que dependen de esas plantas abatidas,
también morirán, sean malos o buenos para las personas.
El
problema es que al comer productos de soya transgénica, o carne de
ganado alimentado con forrajes modificados en su ADN, el producto se
almacena en los tejidos grasos de oleaginosas, animales y personas que
los consumen. No sólo pasa de la comida al cuerpo humano, sino que se
queda porque es persistente y es no biodegradable, por lo que además se
acumula.
Crece cada vez más el consenso de que los síntomas de
los linfomas que produce, pueden tardar más de diez años en aparecer. En
México está prohibido cultivar el maíz transgénico, aunque un juez
nacional, al contrario de EEUU, permite que se haga en una pequeña
superficie con fines experimentales.
Lo que no está prohibido es
consumir transgénicos y de alguna forma llegan a la mesa, a la parte más
íntima del mexicano que son las tortillas. Hace casi un año, en octubre
de 2019: “La Asociación de Consumidores Orgánicos (ACO) reportó haber
encontrado niveles altos del químico glifosato y de AMPA -su metabolito
principal- en muestras de harina de maíz blanco y amarillo provenientes
de diferentes partes de México”, cereales con los que se elaboran
harinas de la marca Maseca o Cargill.
Distintas organizaciones
ambientalistas como Greenpeace, revelaron muy recientemente que casi
todas las marcas de cerveza asociadas a los grupos más populares como
son Tecate y Modelo, contienen rastros de glifosato en cantidades
elevadas, incluyendo a sus productos estrella Heineken y Stella Artois,
que llegar al país con fama de inocuas.
En octubre del año
pasado, En Estados Unidos, la EWG (Environmental Working Group)
encontró ¿Qué creen? Glifosato de 26 de 28 muestras de los cereales más
populares para el desayuno de los niños, en ese país.
El
glifosato puede ser omnipresente en nuestra vida, pero la falta de
legislación para que sea obligatorio el etiquetado y medidas de
advertencia, dificulta saber qué de todo lo que comemos, bebemos,
respiramos o nos ponemos, contiene la multicitada sustancia.
De
acuerdo al Conacyt, se aplica en todos los valles del país por lo menos
desde hace 20 años en cultivos de soya y algodón, no en balde desde 2015
se tienen reportes de artículos como pañales, tampones y disopos, en
los que se encontraron cantidades de glifosato que son nocivas para la
salud humana. El tema lo retomó la Asociación de Consumidores Orgánicos
en marzo de 2019.
La Laguna, Sinaloa, Durango, Chihuahua y los
valles de Mexicali, Caborca, Sur de Sonora y la Costa de Hermosillo, son
grandes consumidores del agro tóxicos, mientras que miles de jornaleros
y trabajadores agrícolas, tienen contacto diario con él a través de la
piel y el aire que respiran y hasta por los ojos.
Sencillamente
no sabemos y no tenemos legal derecho a saber, si lo que consumimos o
nos ponemos, contiene dosis preocupantes del presunto y multi acusado
cancerígeno.
Existe una lucha continental contra MONSANTO, pero en México parece ser que nadie se ha dado cuenta, porque el interés está puesto en otra cosa y cuando bien va en otros asuntos ambientales menos complicados.
Existe una lucha continental contra MONSANTO, pero en México parece ser que nadie se ha dado cuenta, porque el interés está puesto en otra cosa y cuando bien va en otros asuntos ambientales menos complicados.
Adicional a la prohibición total de transgénicos en
el país, debe limitarse a cero su importación, sea como materia prima o
dentro de artículos de consumo final, en su caso, antes es necesario que
de manera urgente se legisle para que, mediante el etiquetado y una vez
advertidos, cada quien decida si consume o no productos con glifosato,
algo así como el tabaco. Las cervezas ya tienen letreros de advertencia
sobre sus efectos nocivos a la salud, pero no es lo mismo morir de
cruda, que de la lenta y muy dolorosa agonía del cáncer, esa es a parte
que no se deja en claro.
Expertos en Sonora, como Ramón Morales y
Rodrigo González, productor de alimentos orgánicos, el uno e
investigador del Itson, el otro, han demostrado la conexión entre el
consumo de agro tóxicos por diversas vías y diversos padecimientos
crónico degenerativos, convirtiendo a regiones como los valles del Yaqui
y Mayo, en uno de los de mayor incidencia de todo tipo de cáncer a
nivel mundial.
Productos como el glifosato provocan más muertes
que el narcotráfico, apunta Morales Valenzuela, quien además afirma, que
es sobre la base de la producción a base de venenos de laboratorio,
como el de marras, que la Revolución Verde ha sido considerada exitosa,
al elevar la productividad o rendimientos de la tierra.
La
abundancia de la superavitaria balanza agropecuaria de México, no ha ido
a la favor de la disminuir el hambre y a pobreza, como se prometió a
principios de los años 70 con el Doctor Norman E. Bourlog, pero si en
hacer de la oncología un gran negocio.
Este estado de cosas es
más que justificatorio, para que en éste país, los apoyos para el campo
se vayan a los productores en pequeño y para auto consumo, quienes
tienen más posibilidades de aplicar fertilizantes y controles de plagas
amigables con la salud y la naturaleza.
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