lunes, 27 de octubre de 2014

Ayotzinapa y los invasores

Juárez y la intervención... en Ayotzinapa
Por Martín Velez 

Benito Juárez era un indio más cabrón que bonito. No tenía la apostura de Melchor Ocampo o Miguel Lerdo; no tenía los elegantes rizos de González Ortega (el metrosexual de la Reforma), ni tenía la habilidad discursiva de ninguno de ellos, como para que verbo matara carita. No tenía la claridad ideológica de Ignacio Ramírez “El Nigromante”, ni la palabra encendida de Guillermo Prieto o Rivapalacio. Era otro el atributo del chaparrito oaxaqueño.
Cuando el ejército francés por fin se impuso (mayo de 1863), y el gobierno de la república tuvo que abandonar la desde entonces muy noble y leal Ciudad de México; cuando la caravana republicana enfilaba rumbo a San Luis Potosí, aquel Juárez en retirada sabía ya el futuro de la intervención extranjera, pues el indio no era bonito, sino cabrón, y era dueño de la visión estratégica que nadie más tenía, como él, en aquel grupo de grandes que formaron los grandes de la Reforma.
Por eso pudo decir, ya en San Luis, “Reconcentrado el enemigo en un punto, como hasta ahora, será fuerte en ese punto, y débil en los demás; si se disemina en el territorio nacional, entonces será débil en todas partes”. En esas frases Juárez trazó la estrategia de lo que sería la resistencia republicana, que al principio fue guerrilla, y luego un ejército en forma que, dirigido por el Orejón Escobedo, pudo derrotar en Querétaro al ejército invasor. Paradójicamente, aquel ejército invasor estaba formado mayormente por mexicanos, pues los franceses de Napoleón, el chico, habían puesto ya sus pies en polvorosa.
Como paradójico es que en la actualidad los cuerpos de seguridad mexicanos, todos, asuman el papel de ejército invasor. Las matanzas que se suceden una tras otra, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, la absoluta insensibilidad mostrada frente al sufrimiento y los reclamos de la población así lo demuestran. El ejército mexicano, la marina, las policías todas, actúan como ejército invasor. Esta afirmación parece exagerada, sin embargo es real. Un hecho simple ilustra la precariedad operativa del moderno ejército invasor.
Sucedidos los trágicos acontecimientos en Iguala, que costaron la vida a medio centenar de maestros que ya no pudieron serlo, las Instituciones Nacionales mandaron un ejército de agentes, peritos, expertos, aviones, helicópteros, todoterrenos, perros (de varios tipos), etc. para ubicar a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Un mes después el resultado es que los maestros en ciernes no aparecen, y lo que apareció no sorprende a nadie. Porque el reguero de cadáveres, desde el macabro sexenio de Calderón, no puede asombrar ya ni siquiera a la delicada sensibilidad de la comunidad europea, menos a nosotros. El moderno ejército de instituciones invasoras, que nos cuestan miles de millones de pesos mensuales, resulta incapaz de generar un resultado aunque sea mínimo.
Entonces entra en escena el padre Solalinde (que nos sale gratis) y dice lo que le dijeron víctimas y testigos. Y lo que dice el padre nos acerca a la verdad, gratis, más que los miles de millones que derramamos en instituciones invasoras, inservibles, por lo demás. Porque una sola persona, en este caso el padre Solalinde, que goza de la confianza de la población, vale más que sagaces agentes, expertos peritos y fieros perros que invaden hoy Guerrero.
El carácter ocupacional de los cuerpos de seguridad gubernamentales se ha desarrollado en los últimos treinta años, cuando ha sido cada vez más evidente que lo que queda del estado nacional responde a intereses ajenos a los de la población. El gobierno y “las instituciones” están, en el mejor de los casos, para cuidad los intereses de un puñado de “mexicanos” que pertenecen a la élite política y económica; en el peor de los casos, los cuerpos de seguridad responden a intereses ajenos a México. Así es evidente cuando son lanzados contra poblaciones rurales que son despojadas de sus recursos por compañías mineras extranjeras.
Las actividades criminales de José Luis Abarca, el Chucho de Iguala (considérese que su esposa, también prófuga, es consejera nacional del PRD por la planilla de los chuchos), fueron conocidas meses antes de que sucedieran los trágicos acontecimientos que hoy enlutan a México y al mundo. Sus crímenes fueron expuestos incluso en Washington, en la Corte Interamericana. Pero Murillo, Osorio, Peña y Aguirre estaban muy ajetreados cumpliendo sus tareas de ocupación, de extracción de la riqueza nacional, como para darle importancia a las actividades delincuenciales del Chucho de Iguala.

Es mucho pedir que la gente confíe en “instituciones” que a todas luces defienden intereses que le son ajenos. Los mexicanos desconfían hoy de gobernantes, militares y policías, como en su tiempo desconfiamos de los franceses que invadieron México; por eso, como lo previó el más grande mexicano de todos los tiempos “si se concentran en un punto (Michoacán), serán débiles en los demás; si se diseminan en todo el territorio, serán débiles en todas partes”. Es que para efectos prácticos son un ejército de ocupación, cuya principal función, y esa sí la cumplen, es apropiarse de la riqueza nacional.

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