Juárez y la intervención...
en Ayotzinapa
Por
Martín Velez
Benito Juárez era un indio más cabrón que bonito.
No tenía la apostura de Melchor Ocampo o Miguel Lerdo; no tenía los elegantes
rizos de González Ortega (el metrosexual de la Reforma), ni tenía la habilidad
discursiva de ninguno de ellos, como para que verbo matara carita. No tenía la
claridad ideológica de Ignacio Ramírez “El Nigromante”, ni la palabra encendida
de Guillermo Prieto o Rivapalacio. Era otro el atributo del chaparrito
oaxaqueño.
Cuando el ejército francés por fin se impuso (mayo
de 1863), y el gobierno de la república tuvo que abandonar la desde entonces
muy noble y leal Ciudad de México; cuando la caravana republicana enfilaba
rumbo a San Luis Potosí, aquel Juárez en retirada sabía ya el futuro de la
intervención extranjera, pues el indio no era bonito, sino cabrón, y era dueño
de la visión estratégica que nadie más tenía, como él, en aquel grupo de
grandes que formaron los grandes de la Reforma.
Por eso pudo decir, ya en San Luis, “Reconcentrado
el enemigo en un punto, como hasta ahora, será fuerte en ese punto, y débil en
los demás; si se disemina en el territorio nacional, entonces será débil en
todas partes”. En esas frases Juárez trazó la estrategia de lo que sería la
resistencia republicana, que al principio fue guerrilla, y luego un ejército en
forma que, dirigido por el Orejón Escobedo, pudo derrotar en Querétaro al
ejército invasor. Paradójicamente, aquel ejército invasor estaba formado
mayormente por mexicanos, pues los franceses de Napoleón, el chico, habían
puesto ya sus pies en polvorosa.
Como paradójico es que en la actualidad los cuerpos
de seguridad mexicanos, todos, asuman el papel de ejército invasor. Las
matanzas que se suceden una tras otra, las violaciones sistemáticas de los
derechos humanos, la absoluta insensibilidad mostrada frente al sufrimiento y
los reclamos de la población así lo demuestran. El ejército mexicano, la
marina, las policías todas, actúan como ejército invasor. Esta afirmación
parece exagerada, sin embargo es real. Un hecho simple ilustra la precariedad operativa
del moderno ejército invasor.
Sucedidos los trágicos acontecimientos en Iguala,
que costaron la vida a medio centenar de maestros que ya no pudieron serlo, las
Instituciones Nacionales mandaron un ejército de agentes, peritos, expertos,
aviones, helicópteros, todoterrenos, perros (de varios tipos), etc. para ubicar
a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Un mes después el resultado es que los
maestros en ciernes no aparecen, y lo que apareció no sorprende a nadie. Porque
el reguero de cadáveres, desde el macabro sexenio de Calderón, no puede
asombrar ya ni siquiera a la delicada sensibilidad de la comunidad europea,
menos a nosotros. El moderno ejército de instituciones invasoras, que nos
cuestan miles de millones de pesos mensuales, resulta incapaz de generar un
resultado aunque sea mínimo.
Entonces entra en escena el padre Solalinde (que
nos sale gratis) y dice lo que le dijeron víctimas y testigos. Y lo que dice el
padre nos acerca a la verdad, gratis, más que los miles de millones que
derramamos en instituciones invasoras, inservibles, por lo demás. Porque una
sola persona, en este caso el padre Solalinde, que goza de la confianza de la
población, vale más que sagaces agentes, expertos peritos y fieros perros que
invaden hoy Guerrero.
El carácter ocupacional de los cuerpos de seguridad
gubernamentales se ha desarrollado en los últimos treinta años, cuando ha sido
cada vez más evidente que lo que queda del estado nacional responde a intereses
ajenos a los de la población. El gobierno y “las instituciones” están, en el
mejor de los casos, para cuidad los intereses de un puñado de “mexicanos” que
pertenecen a la élite política y económica; en el peor de los casos, los
cuerpos de seguridad responden a intereses ajenos a México. Así es evidente
cuando son lanzados contra poblaciones rurales que son despojadas de sus
recursos por compañías mineras extranjeras.
Las actividades criminales de José Luis Abarca, el
Chucho de Iguala (considérese que su esposa, también prófuga, es consejera
nacional del PRD por la planilla de los chuchos), fueron conocidas meses antes
de que sucedieran los trágicos acontecimientos que hoy enlutan a México y al
mundo. Sus crímenes fueron expuestos incluso en Washington, en la Corte
Interamericana. Pero Murillo, Osorio, Peña y Aguirre estaban muy ajetreados
cumpliendo sus tareas de ocupación, de extracción de la riqueza nacional, como
para darle importancia a las actividades delincuenciales del Chucho de Iguala.
Es mucho pedir que la gente confíe en
“instituciones” que a todas luces defienden intereses que le son ajenos. Los
mexicanos desconfían hoy de gobernantes, militares y policías, como en su
tiempo desconfiamos de los franceses que invadieron México; por eso, como lo
previó el más grande mexicano de todos los tiempos “si se concentran en un
punto (Michoacán), serán débiles en los demás; si se diseminan en todo el
territorio, serán débiles en todas partes”. Es que para efectos prácticos son
un ejército de ocupación, cuya principal función, y esa sí la cumplen, es
apropiarse de la riqueza nacional.
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