Danzas y ceremonias Yaquis para
celebrar su Resistencia
Por Guadalupe Duarte Espinoza
Sonora. Una de las
fiestas del año de la tribu yaqui es la que celebran el 11 de diciembre
para recibir el Día de la Virgen. Al caer la tarde comienza la danza de
venado, paskolas y matachines, intercaladas con rezos durante toda la
noche. Antes de iniciar se postran los danzantes ante la imagen
esculpida, así como las autoridades tradicionales, ancianos, mujeres
cantoras y hombres -algunos con cargos-. Esta vez, muy en lo alto tiraron al cielo luces de bengala de colores luminiscentes que al caer
alumbraron los rostros sonrientes de la gente del pueblo, en su muy
merecido gozo.
Tiempo atrás, esa manifestación de
vehemente adoración a la virgen morena que existía por todo México,
llegó como el viento a esta región y fue aceptada por la tribu, ya que
en ellos no hay fronteras cuando se trata de venerar al espíritu
femenino, la madre naturaleza, madre tierra. En las creencias que
pasaron de generación en generación, plasmadas después en textos de
Santos Garcia Wikit, dice: “Juku Jeeka (viento de lluvia) es una antigua deidad
que fue querida y respetada; ella interpretó las predicciones del árbol
del profeta y es quien se casa cada cien años para defender a la
humanidad yaqui de la escasez, ella vuelve y con su presencia surgen las
flores”.
En su cosmovisión, los Yaquis comprenden
más allá, su entendimiento se extiende en una percepción del espíritu íntegra y profunda. Imprimen una fuerza original a sus actos,
ciertamente la solidez de su fe la hace más intensa a diferencia de
nosotros los de la ciudad que en la mayoría de las veces tenemos fe dogmática o nos atoramos en conceptos con los que construimos muros.
Al día siguiente por la mañana, 12 de
diciembre, comienza el rezo a cargo de las autoridades religiosas. Es
un escenario sobrio, con la Virgen de Guadalupe al centro, cuyos ojos
miran hacia abajo como efigie viviente observa a la tribu que le ofrenda.
Las cantoras entonan su rezo con una
tristeza dulce, sus voces se mezclan con el ruido de la lluvia de esa
mañana fría. El entorno endurece la garganta. Los yaquis han luchado
desde hace siglos contra la desmedida ambición de conquistadores, hace
décadas contra la extinción y exilio, hace años en defensa de su agua, y
hace muchos meses en la resistencia por medio del bloqueo carretero.
Por eso, todas las actividades de la tribu adquieren otra dimensión, que
es de subversiva trascendencia.
Tras la fiesta de la noche anterior, El Conti se ve desolado y lluvioso. El bloqueo carretero está a 15 minutos,
en un lugar donde la tribu yaqui sembró su estandarte en la tierra,
ahora de asfalto, y volvió a trazar la raya Ania-baha-lute (aquí termina
el universo) como con Diego de Guzmán centenas de años atrás. Hoy este
trazo quizá no se ve, pero sí su rigor, presenciado por incontables
viajeros que convergen de norte a sur y de sur a norte desde el día 28
de mayo de 2013. Ahí, en ese suelo, se encuentra un integrante
imprescindible en esta brigada de lucha: la mujer yaqui, que provee de
alimento en ese lugar a la tropa.
Existe una frase escrita del profesor Palemón
Zavala sobre los guerreros yaquis, donde menciona: “Fue la influencia de
las madres yaquis quienes levantaron una generación de yoremes que
habrían de asombrar a la nación entera”. ¡La mujer yaqui, qué admirable e
incansable es! Ella aviva la lumbre de día y de noche, ella aparte de
nutrir la fuerza con su alimento, también lo hace con su visión, esa de
linaje inextinguible que siempre ha sustentado a la tribu.
Hace unos días mi prima originaria de
Etchohuaquila, un antiguo pueblo situado al sur de Sonora, me relató que
su anciana abuela contaba cómo antes de la
Revolución en su niñez, los antiguos mercenarios pasaban en caballos por ese pueblo.
Eran numerosos y cada uno llevaba unos sacos o morrales colgados y dentro llevaban muchas orejas que les cortaban a los cadáveres de yaquis que
asesinaban, para cambiarlas por dinero. Así les pagaban las vidas. Fue
una cacería inmunda y el conteo macabro era en grandes cantidades.
Innumerables testimonios de ese tiempo
quedaron sin registro. Son muy pocos los que llegaron a escribirlos, ya
que estaba por encima la aplastante y funesta dictadura de PorfirioDíaz, al que le llamaban
“El Triturador” con su nauseabunda frase: “no hay
mejor yaqui que el yaqui muerto”. Los originarios de esta región
escuchamos historias narradas por nuestros abuelos, y ellos a su vez de
nuestros bisabuelos, sobre la infamia cometida contra la Tribu Yaqui por
décadas.
En ese valle del Jiac Bat-ue (mucha agua
que hace ruido) Jiac, Hiaquimi, Hiaqui, que fue testigo de sus luchas,
la tribu yaqui hoy se encuentra en medio del ojo del huracán. Le rodean
jaurías completas que quieren devorar su espíritu inquebrantable,
entretejiendo artilugios con fines arteros para ofrecerles vida con
características trasnacionales pero que, ellos lo saben, lo ven, sólo es
muerte.
Con nobleza los yaquis contemplan con
alerta y sabia paciencia a esos hombres yorizados. La tribu sabe que la
traición está latente y que es algo inherente a la lucha. Saben de sus
pasos andados en los siglos y que hoy caminan sin descanso, hoy que uno a
uno los meses se suman en la cuenta de su histórica lucha ahora por su
agua.
Su tierra lo es todo. La tribu yaqui
está sembrada en ella, la semilla de sus ancestros florece en su
garganta, en sus manos, en su sangre. Su madre es la tierra, su padre es
el río.
En la Semana Mayor, sus actividades dan
cohesión a la tribu. Realizan procesiones con marchas interminables que guardan
seriamente. ¿A dónde van cuando marchan incansablemente por días
enteros? ¿Qué recorren, tan inmersos? ¿Será que en su cosmogonía
recorren la vía láctea?
Los danzantes matachines giran y giran
como los astros, y su danza alucinante los lleva lejos. No están
solamente aquí, pareciera que en su trance transitan al ritmo del
universo.
Su venado danzante, con penacho de ocho cuernos -uno por cada pueblo-, los lleva del crepúsculo a la aurora. En los serios rostros yaquis brilla su mirada cuando presencian su misteriosa danza.
Su venado danzante, con penacho de ocho cuernos -uno por cada pueblo-, los lleva del crepúsculo a la aurora. En los serios rostros yaquis brilla su mirada cuando presencian su misteriosa danza.
Esta danza interpretada genuinamente
por la tribu, debiera ser también legado cultural mundial, en
tanto sea comprendida por lo ancestral, pura y solemne que es. Con la
escasez de agua estará en peligro de extinción por no poder ser
interpretada en su forma original, con todos los elementos rituales de
la naturaleza que la conforman -vegetales y fauna- y que son esenciales.
Los danzantes y músicos deben ser yoremes de conocimiento, integrantes de la tribu viva. La pantomima creada por la coreógrafa Amalia Hernández no la comprendió en absoluto. Hubo mera ignorancia de este ritual, adaptado a los pasos de ballet para representar los movimientos del venado en forma muy elemental, sólo como argumento de caza. Es como si de un libro únicamente viéramos la carátula y jamás lo abriéramos, dando por hecho que no hay más contenido.
Los danzantes y músicos deben ser yoremes de conocimiento, integrantes de la tribu viva. La pantomima creada por la coreógrafa Amalia Hernández no la comprendió en absoluto. Hubo mera ignorancia de este ritual, adaptado a los pasos de ballet para representar los movimientos del venado en forma muy elemental, sólo como argumento de caza. Es como si de un libro únicamente viéramos la carátula y jamás lo abriéramos, dando por hecho que no hay más contenido.
La Danza del Venado es una prueba de
cómo una danza ritual sagrada para la tribu es tergiversada, para
mostrarla como espectáculo a la gente yori. El precio que pagan por
verla no solamente es monetario, sino que se pierde un conocimiento que
aviva el espíritu. Es como si alguien inventara una versión coreográfica
para entretenimiento de algún culto religioso, eso sería con seguridad
considerado una blasfemia.
Pero las versiones vanas no perjudican a
la danza ritual del venado. La original no necesita de aplausos. Pueden
estarla danzando con la misma intensidad a las cuatro de la madrugada
sin ningún espectador porque lo hacen inmersos en el poder inescrutable
de la creación y así es ofrendada.
La sabiduría de la tribu yaqui es
ancestral. Sus ye-mastames, maejto o maestros son depositarios que
custodian el conocimiento de su universo. Dicen que esta raza proviene
de los Surem, seres de altísima sabiduría que en los albores de los
tiempos poblaron esta tierra, antaño llamada Pusolana -que comprendía
desde Arizona, Estados Unidos, hasta Mazatlán, Sinaloa.
Los que nos asomamos a su historia
quisiéramos darles un puñado de triunfos presentes. ¿Qué podemos
ofrecerle a la tribu que brilla con luz propia? Solidaridad. Como
sociedad nos iremos dignificando conforme comprendamos la riqueza misma
de su existir. El sol de la tribu yaqui nunca se ocultó. Sigue su brillo
interminable, a pesar de sus nefastos y rastreros enemigos siempre
apuntando con voraz ambición a las riquezas de su tierra. Todo lo
soportaron con estoica resistencia, todo lo sobrevivieron, siempre
resucitando de cada golpe sangriento. El dolor los templó como se forja
al fuego la espada.
Fueron llamados los espartanos de
América, y están vivos. Los yoremes de hoy vuelven a escribir la
historia con determinación, pero la diferencia es que ahora no están
solos. Hay conciencias que están listas para corresponder a su espíritu
invencible. Las de nosotros, los que somos de cualquier lugar de Sonora,
los que somos de cualquier lugar del país, los que somos de cualquier
lugar de la tierra.
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