Por Alejandro De la Torre D.
Los toros de lidia, -que no tiene nada que ver con los hijos de mi tía Lidia-, se conocen por sus años de vida. Añojo menos de un año, Eral de dos años o menos, Novillo de tres años y Toro de cuatro o más años de vida.
El sacrificio de esta raza cuadrúpeda, mamífera, “astada”, dentro de una fiesta de sangre y muerte siempre ha sido descrita como si fuera un arte, una cultura de destreza e inspiración en el valor y la osadía de quien maneja una capota y que al final conduce una puntiaguda y filosa espada despedazando todo el interior del animal, vísceras, huesos, músculos y torrente sanguíneo, ganándose los vítores de un coliseo moderno y calificado por unos jueces sádicos que puntean esa cualidad de hacer faramalla.
La “fiesta brava” tiene más de un siglo y no ha sido acotada por la humanidad que se dice civilizada, al contrario, por si fuera poco, ahora se han explotado hasta la saciedad capitalista los combates de golpes salvajes entre dos sujetos, en las luchas kick boxing o fighters que enfrentan con patadas y puñetazos a despiadados peleadores que se destruyen carnes y cabezas unos a otros.
Una res o toro aniquilado por un “mataor” en un acto de barbarie tipo imperio romano. Tienen los bovinos de vida a lo máximo 20 años, el tamaño de su cerebro es una tercera parte al del cerebro humano y mucho muy menor en su capacidad de percepción, pero no es menor en su capacidad de sufrimiento y dolor.
Esto es, que su sistema de sensación nerviosa, de flujo sanguíneo y espasmo muscular no es menor a la comparación cerebral humano-toro. En palabras simples, el toro sufre igual o casi igual ante heridas, golpes o dolor mortuorio que el mismo ser humano, y aún más cuando se aplica en este acto de tortura “taurina”.
El cerebro del toro es más pequeño que el del humano, sus funciones no poseen cualidades del cerebro humano y aun así solo tiene cuatro años de uso cuando pasa al sacrificio taurino. Sus cualidades en reflejos, experiencia, capacidad de percepción y reacción son brutas, instintivas, inmediatas. Ante la provocación el toro es violento no por naturaleza, si no por agitación, incluso cuando sale del enrejado es inyectado en la cola-, como un perro que le ladra al desconocido y todavía más se enfurece cuando es azuzado.
Imaginemos a un niño de cuatro años, sus funciones mentales son torpes, poco reflejas, sus reacciones tienen poca experiencia, empieza a hablar, a razonar, a identificar, a recordar descripciones, datos y nombres, le cuesta trabajo asumir destrezas y sin embargo su cerebro es tres veces superior al de un becerro. Un añojo sale del vientre de la vaca y enseguida se para y camina dirán, su capacidad de adaptación es superior al de un ser humano, pero no, sus reacciones van adquiriendo capacidad conforme percibe el exterior de la vida.
Un toro de lidia solo cuenta con 4 años de vida y es matado despiadadamente en un acto de burla, sufrimiento y escarnio, como si matarlo fuera una obra artística. Algo burdo y frío con la existencia.
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