Municipio Yaqui
El fondo del asunto en la demanda
por municipalizar un pueblo de 30 mil habitantes no es la creación de un nuevo
aparato administrativo o la insuficiencia del dinero público para sostenerlo.
Es la marginación en el reparto de los recursos, pero principalmente en la toma
de decisiones.
La gente que vive en pueblos y
comisarias está excluida en todos los sentidos y aún más en el sentido
político. En barrios y colonias la gente no decide. Pide.
Las carencias en servicios y desarrollo
no solo se da en el área rural si no en todo lo basto del territorio urbano
popular, por eso al no ser tomada en cuenta su participación no le queda otro
camino a la gente más que pedir.
Pero un punto medular, básico y el
origen y causa de todos los problemas, es que no la toman en cuenta a la gente
a la hora de definir y aplicar presupuestos públicos, obras, nuevos servicios. A
pesar de que ese dinero sea de su propiedad.
Si Pueblo Yaqui, Tobarito,
Esperanza, Cócorit o Providencia no ven el desarrollo que aparantemente tiene
Ciudad Obregón (que no lo tiene), también en esa postura Obregón podría
reclamar el desarrollo aparente que tiene Hermosillo (que tampoco lo tiene).
Todos los gobiernos hasta nuestros días
han mal administrado los asuntos públicos, el gasto público, y el ejemplo del corrupto
ex gobernador Beltrones que lo balconearon en casos de que pidió “mochadas”,
nos dan un indicador que esos hábitos indecentes se repiten y repiten a lo
largo y ancho de todo el país cuando un político llega a un puesto
gubernamental.
Eso explica el subdesarrollo de
ciudades y pueblos y por qué no despunta un crecimiento ordenado, igualitario y
de beneficio no para unos cuantos sino para todos.
Los políticos oficiales además de
ladrones son mentirosos. Me viene al recuerdo aquel eslogan utilizado por la administración
municipal de Sostenes Valenzuela que decía “Cajeme, Tierra de trabajo”, o la
parodia más reciente de Manuel Barro de “El mejor lugar para vivir”.
Hay un deterioro generalizado de
infraestructura urbana en la ciudad y una marginación terrible en los polvados
rurales de Sonora.
Esto se genera por que el 80 por
ciento de los recursos públicos totales los aplica y maneja el gobierno federal
y tan solo menos del 6 por ciento los aplica el municipio.
Miles de millones de pesos se quedan
arriba y se desvían, nunca llegan a generar el crecimiento que se merecen las
urbanidades donde vive la gente.
Si la administración actual de Díaz
Brown en Cajeme dice que se aplicarán 2 mil millones de pesos en obras
públicas, la verdad es que los recursos que realmente tiene el municipio bajo
su poder son tan solo alrededor de 300 millones de pesos al año.
Una verdadera reforma hacendaria y
no como el remedo burlesco de Peña Nieto, sería que los Ayuntamientos cobraran
y aplicaran la mayor parte de los impuestos recaudados. Hoy solo se quedan
arriba en las chequeras de prepotentes secretarios de estado que los reparten
discrecionalmente y también se los roban.
Que el municipio, en vez del 6 por
ciento de los recursos públicos, se quedara y aplicara directamente el 80 por
ciento con los que se queda el gobierno centralizado al mando del presidente del
país.
Así, Cajeme estaría beneficiándose como
todos los dos mil municipios del país, y no tuviera solo 300 millones de pesos
por aplicar en obra pública y servicios.
Aplicaría y contaría con 4 mil
millones de pesos al año, para su desarrollo y crecimiento. Evidentemente el
municipio base del sistema federal cambiaría la faz y el horizonte del país, de
la carencia a la sobresuficiencia.
Quetchehueca, la colonia Rosales, el
campo 5, no buscarán dentro de 20 años convertirse en municipios como lo
lograron Esperanza y Pueblo Yaqui en el año 2016.
Sin embargo como lo dije al
principio, el fondo del asunto no son los recursos insuficientes o suficientes,
si no la inclusión de los ciudadanos que viven los poblados rurales y en los
barrios urbanos, en la toma de decisiones y en el involucramiento individual y
colectivo para que por sí mismos resuelvan sus propias carencias y problemas a
pesar de que esos mismos recursos públicos no lleguen y si llegan los apliquen
según sus prioridades.
Al quitarle a la gente la elección democrática
directa de los comisarios y delegados, le quitan su capacidad para a comedirse a
resolver las dificultades y necesidades sociales y participar en los asuntos públicos,
despojarlos de esta facultad participativa se generan “ciudadanos” atenidos a
que el gobierno vaya y les resuelva todo. Provocando pesimismo y abstención; y
en el peor de los casos la desmoralización de que las cosas no pueden mejorar y
como consecuencia la profundización del subdesarrollo y el deterioro de las
comunidades urbanas y rurales.
Así como en las delegaciones y
comisarias los ciudadanos que viven en ellas deben y pueden elegir a sus
autoridades sin la necesidad de solicitar la creación de municipios, así los
barrios y colonias en el área urbana deben y pueden elegir Consejos Ciudadanos
que sean sus representantes y sean sus autoridades inmediatas.
La concentración de la autoridad y
la decisión en un presidente municipal genera la agudización de los problemas
urbanos y sociales, de tal forma que este sistema presidencialista municipal
está sustentado en un esquema de alcalde “superpoderoso” cuando en realidad
tiene bajos recursos y no tiene ampliación política para resolverlos, pero
simula tenerlos, junto a su séquito de funcionarios.
Es un esquema viciado y caduco causa
de nuestro deterioro.
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