lunes, 7 de abril de 2014

Ed. 156. Durazo y Colosio, Autodefensas, Altar, Isla Tiburón y seris

Nunca debió haberse cerrado
la investigación
Quien fuera secretario particular de Luis Donaldo Colosio, no pierde la esperanza de que se conozca la verdad del homicidio
Por Gabriel Mercado


CULIACÁN._ El ex secretario particular de Luis Donaldo Colosio, hoy Diputado federal, antes priista, hoy miembro de Movimiento Ciudadano, Francisco Alfonso Durazo Montaño, no pierde la esperanza, aguarda que un día alguien, pieza clave en el entramado del asesinato del candidato presidencial, se rompa y diga la verdad a los mexicanos.
En entrevista con Noroeste vía telefónica es claro y contundente: fue un crimen orquestado desde el poder, y eso incluye Los Pinos, amigos de Los Pinos y sus alrededores. 
Sabe que las señales estaban ahí, las presiones, los ataques mediáticos, hasta el fatídico día, ese 6 de marzo de 1994, en Lomas Taurinas. 
--¿Cómo fue la campaña con Colosio? 
Como toda campaña fue intensa, pero se sumaron factores adicionales, como el levantamiento de los zapatistas, las características con las cuales fue nombrado el Comisionado de la Paz, Manuel Camacho, y lo que al interior del equipo de campaña de Luis Donaldo le llamamos la contrampaña, donde algunos de ellos la ubicábamos en Los Pinos, estos tres factores le dieron una complejidad única a los trabajos y los tiempos de campaña. 
No obstante todos estos factores adversos, los números de la opinión pública estuvieron a favor de Luis Donaldo, para la fecha de su asesinato la intención de voto a su favor andaba alrededor del 55 por ciento, Cuauhtémoc Cárdenas andaba en 23 por ciento y Diego Fernández de Cevallos en 17 por ciento, así que aquellos señalamientos de que la campaña no despegaba no estaban vinculados al sentir de la opinión ciudadana. Ese señalamiento se reducía a la opinión de aquellos que sustentaban su juicio en la lectura de algunos periódicos en los que la campaña de Luis Donaldo no aparecía, eran periódicos fuertemente vinculados al poder, por eso ubicábamos que esa confusión, manipulación y marginación en algunos medios era producto de la manipulación impulsada desde los propios Pinos. 
--¿Sí era una realidad el distanciamiento entre Colosio y Salinas, y que era casi casi su enemigo? 
No lo calificaría en esos términos de enemigo, pero es un hecho irrefutable que la relación entre ambos, que el día del destape era extraordinaria, fue perdiendo esa intensidad y esa cercanía y fue llevando a Luis Donaldo a asumir su candidatura como una rebeldía silenciosa, que reflejó su dimensión e intensidad en aquel discurso que pronunció el 6 de marzo. 
De entrada tiene una posición contrastante con la visión política del Presidente Salinas, y donde el propio presidente no recibe ninguna de las menciones protocolarias tan obligadas en la vieja tradición priista. --¿A qué atribuyen ese distanciamiento? 
En primer lugar a las modalidades de la nominación del Comisionado para la Paz, voluntario, sin sueldo, lo que dio pie a la versión, impulsada para nosotros desde Los Pinos, del candidato alterno, al candidato sustituto. 
--¿Desde ese momento temían se estuviera fraguando desde Los Pinos o incluso desde el partido alguna forma de sustituir a Colosio? 
No era una forma de sustituir a Colosio, era una forma de imponerle condiciones más complejas a su campaña con el ánimo de condicionarlo en su despegue, eso es lo que nosotros creemos, y finalmente se desbordaron los acontecimientos, de tal manera que terminaron en un asesinato. 
--¿Cuando usted se entera del asesinato, cuál fue su primer pensamiento dadas todas las circunstancias?
...Invariablemente pensamos al interior del equipo, yo en lo personal, fue un crimen fraguado desde el poder, en virtud de que se había dado en el marco de una cruenta lucha por el poder, y nada menos que una lucha por el poder Presidencial, siempre lo he ubicado como un crimen fraguado desde el poder o de sus alrededores. 
--¿Desde Los Pinos? 
Yo lo ubico desde el poder, y los alrededores incluyen a Los Pinos, incluyen a los alrededores de Los Pinos, incluyen a amigos de Los Pinos, a colaboradores en Los Pinos. 
--¿A 20 años de su muerte y que solamente se tuvo a un persona detenida y no se llegó a una mente detrás de este crimen, cómo pone esto al Estado Mexicano?
Pone en evidencia la forma como se aplica la justicia en el país, y no sólo ese caso, hay muchísimos casos más. 
El otro poblema es una confusión entre Estado y gobierno, aquí se lavan las manos como si la aplicación de la justicia fuera responsabilidad del gobierno en turno durante el cual se cometieron los crímenes, y no, es responsabilidad del Estado Mexicano, lo que compromete al gobierno de la República, sin importar el momento.
En el caso de Luis Donaldo, con independencia de que se haya cometido hace 20 años, este gobierno tiene una responsabilidad en el avance de la investigación, es cierto que se cerró oficialmente, pero también es cierto que con elementos fundados, observaciones y conclusiones, no dejó satisfechos a la mayoría de los mexicanos. 
--¿Se debería de reabrir? 
Yo creo que nunca se debió haber cerrado, la investigación criminal debió permanecer abierta e incorporar nuevos elementos, en caso que estos se presentarán, es una posición comodina declarar cerrada la investigación, es decir, 'ya no tenemos responsabilidad de hacer absolutamente nada al respecto'. 
En el caso de "garganta profunda" pasaron 30 para que este personaje revela la información que tenía, yo no pierdo la esperanza de que algún personaje clave en el crimen de Luis Donaldo, algún día por sus propias razones, sean cuales sean, termine por compartirnos a los mexicanos la verdad. 
Para cometer un crimen en los términos en que se dio el de Luis Donaldo se necesitan muchos cómplices, y estoy seguro que entre ellos habrá alguno que se sienta insatisfecho, que se sienta con cargos de conciencia, que se sienta con el deseo de reasumir una actitud ética o finalmente, como "garganta profunda", sienta la necesidad de compartir con los mexicanos la información que él conoció respecto al crimen y esa información nos lleve definitivamente a conocer la verdad. 
"Fue un crimen fraguado desde el poder, en virtud de que se había dado en el marco de una cruenta lucha por el poder, y nada menos que una lucha por el poder Presidencial". 


La leyenda de Colosio y el neoliberalismo en México


El aniversario de la muerte de Luis Donaldo Colosio, el pasado 23 de marzo, estuvo acompañado de una campaña propagandística encaminada a recordar lo que para muchos fue una oportunidad perdida para democratizar a México. Su asesinato, se dijo una y otra vez en los medios, acabó con la posibilidad de enterrar el autoritarismo del sistema político y democratizar al PRI. De acuerdo con los hechos, no hay nada más alejado de la realidad: Colosio fue en realidad la garantía de la continuación del proyecto neoliberal impulsado por su mentor, Carlos Salinas. Su herencia está a la vista de todos. 
Los hechos que rodearon el asesinato deben ser comprendidos como parte del reacomodo al interior de la clase política, como consecuencia del modelo neoliberal implantando tímidamente en el sexenio de Miguel de la Madrid y continuado con brío por el de Salinas. Se ha popularizado la idea de que fue éste último el que, por diferencias políticas, orquestó el magnicidio. ¿Quién en su sano juicio puede creer que Colosio iba a acabar con el neoliberalismo en México? Que un discurso del candidato haya sido el motivo de su muerte olvida el hecho de que en realidad se estaba manteniendo la costumbre de los destapados de alejarse políticamente de su jefe para alimentar falsas esperanza -por medio de las palabras y no de los hechos. Ahora resulta que la creatura mimada de Salinas, que se había distinguido por ser su más fiel seguidor, experimentó una epifanía que le hizo ver las consecuencias de un sistema económico y político injusto, profundamente autoritario y en consecuencia la necesidad de cambiar el rumbo. ¿Por qué no aceptar la idea de que las reformas económicas neoliberales impulsadas por Salinas provocaron enormes conflictos al interior del PRI, manifestados por el conflicto entre renos y dinos, tan atendido por los estudiosos de la política en aquéllos años?
La promoción de las ideas neoliberales y su materialización en políticas públicas y estilos de gobierno en la década de los ochenta provocaron una fractura al interior del PRI (y aquí no me refiero a la corriente democrática sino a los dinosaurios) que marcó la coyuntura del asesinato. Aceptar lo anterior serviría para especular sobre la posibilidad de que el grupo de los dinosaurios priístas estuvo detrás del acontecimiento en Lomas Taurinas. Y no porque estuvieran en desacuerdo con el modelo neoliberal sino por su papel secundario en el proceso, por su marginación del reparto del presupuesto público. Una prueba de ello es que en nuestros días, los otrora poderosos líderes sindicales y campesinos, han perdido enormes cuotas de poder. Sin duda que la continuación en el poder del grupo de los renos, ahora con Colosio a la cabeza, representaba entonces una sentencia de muerte para los dirigentes de la CTM y de la CNC.
La campaña propagandística del PRI para difundir la idea de que el asesinato de Colosio representó una oportunidad perdida se atrevió incluso, en palabras de Manuel Camacho Solís, a identificar a Colosio como artífice de la transición democrática. Fue gracias a él, según Camacho, que inició el proceso que desembocó en la reforma política de 1997 y la creación del hoy desaparecido IFE. Ahora resulta que Colosio no sólo no representaba la continuidad del salinismo autoritario y neoliberal sino que fue además el motor del cambio político.
Aceptando sin conceder semejante argumento, obliga a observar a nuestro alrededor para comprender los verdaderos objetivos de la supuesta transición: reconfiguración del autoritarismo y profundización del neoliberalismo en México. A final de cuentas, la renovación que supuestamente impulsó Colosio ha tenido como resultado las condiciones de violencia, centralización política y aumento sustancial de la corrupción y el tráfico de influencias y la pobreza que hoy se viven en el país.
En este sentido, no queda más que aceptar que la revivificación de la figura de Colosio no fue más que una operación mediática para difundir la idea que es posible cambiar al sistema desde adentro. De que la propia clase política tiene la llave del cambio y que sólo hay que esperar por el hombre providencial, el mesías, que de un manotazo cambie radicalmente las condiciones de vida de la mayoría de la población. Y más aun, que éste iluminado emergerá de las cenizas del viejo PRI para modernizarlo y ponerlo a la altura de las circunstancias. Como se puede observar, la burda operación mediática es una muestra clara de la decadencia de un sistema político que, como los ancianos a las puertas de la muerte, delira y se ilusiona con la juventud perdida. Desaparecida la esperanza real de un renacimiento del sistema político, al partidazo y sus inquilinos no les queda más que tratar de ocultar lo inocultable: el fin de un época y la necesidad de construir una nueva sociedad desde abajo, lejos del protagonismo de la política institucional, de los partidos y de sus dueños para acabar con el neoliberalismo y sus consecuencias. 

Adorar a Dios en medio del infierno

Por Alán Aviña
Altar, Sonora se encuentra enclavado en el extenso desierto que abarca hasta el estado de Arizona, en Estados Unidos. Por este pequeño lugar de apenas veinte mil habitantes, cada día cruzan de cuatro a cinco mil migrantes de Guerrero, Michoacán, Puebla, en general, de todo el país.
En una caminata de seis días por el desierto, se llega al lado americano, previa cuota pagada a los polleros que ronda los cinco mil dólares. Además, este lugar es punto de cruce obligado para los cargamentos de droga que el cartel de Sinaloa introduce al mercado de Arizona.
Una frase resume irónicamente la situación del pueblo, “En Altar pasa todo y no pasa nada”.
La frase, amén de un cliché, se convierte casi en una pequeña historia resumida de los más de veinte pueblos desperdigados por este desierto colindante con la frontera. Dentro de este infierno de violencia, tráfico de personas y de drogas, el padre Prisciliano Peraza oficia con convicción, aguardando al peligro de este territorio agreste debajo de una sotana que porta orgulloso.
Padre Prisci, como lo llaman los habitantes del pueblo de Altar, donde reside permanente, realiza una de las labores más titánicas de promoción y cuidado de derechos humanos para los que él llama “hermanos migrantes”. Actualmente y desde 1997 opera el Centro Comunitario de Atención al Migrante y Necesitado (CCAMYN). Ahí, atiende a 600 migrantes que llegan al pueblo en busca del “sueño americano”. En el centro pueden ducharse, asearse, lavar su ropa y comer. Además, existen dos cuartos habilitados para aquellos que decidan quedarse a dormir, o que regresan de alguna experiencia desagradable en el cruce o con heridas.
Este es un pequeño recorrido, por el mundo dantesco que el Padre Prisci recorre día a día con sus gafas Oakley y su Ford Lobo en el desierto de Altar.
La fe que supera el miedo
Sentados a la mesa, le hago la pregunta que había estado maquinando todo el recorrido. ¿No tiene miedo de ser Prisciliano Peraza y de vivir en Altar? Un largo silencio mientras sorbe su crema de espárragos. “Es parte de mi vocación, de mi deber, no podemos callarnos ante estos pecados que claman el cielo”, termina su frase y se recuesta sobre su asiento.
En otro momento, mientras cruzábamos algunas de las tantas casas de seguridad que se ubican en el pueblo, le formulo la otra pregunta que me inquietaba, ¿Lo han amenazado? Prisci sonrió apenas mostrando sus dientes, en señal de condescendencia y no pude dejar de pensar en el momento que había sido una pregunta tonta. “Todos los días”, me contestó y cambió la conversación.
Mientras pasábamos dejando una tolvanera a nuestro paso, me señalaba los vericuetos de la mafia. Pero, antes saludábamos a amas de casa, polleros, puntos y sicarios. Todos respondían con una sonrisa amable con el marcado acento norteño. ¿Cómo va el negocio? Se aprestaba a preguntar y atinadamente lo acompaña con la respuesta, ¿Calmadón?
El padre toma con sorna el dato escalofriante de un pueblo que vive de la criminalidad. No puedo dejar mencionarlo.
¿Existe alguien que no trabaje de pollero o con el cartel del lugar?
“Pues, estoy yo que soy el sacerdote”.
Una de las tantas veces que recorría el pueblo, llegó a la casa de, vamos a llamarlo por formalismo Manuel. Saludó a la esposa, quien presurosa colaba café para el esposo que muy temprano se había levantado a trabajar. Como pocas familias, el esposo no dejó la casa para estar ocho horas en alguna fábrica o vendiendo baratijas por las calles. No.
Prisciliano entró, saludó a la mujer y lo instó a pasar a saludar al patio, donde ya “jalaba” desde tempranito el esposo. Antes de abrir la puerta que da al corredor trasero logró escuchar un grito ensordecedor. “Aaaay”, escuchó y sólo pudo pensar “Ah cabrón”. Abrió la puerta y vio a Manuel con un Kalashnikov golpeando a un bajador que robó algunos paquetes de mota.
Al ver al padre los presentes se alegraron y con naturalidad, saludaron y lo obligaron con la amabilidad que caracteriza a los norteños pueblerinos a quedarse a desayunar. La visita del padre ameritaba detener la tortura del ladrón que seguramente hoy yace descuartizado en alguna de las fosas que existen en el desierto.
Sin embargo, el infierno de este pueblo lo asume estoicamente como un reto. “Los procesos de cambio son lentos, pero debemos mostrarle a la gente que se puede vivir de otra forma”.
El Quince
En el camino nos encontramos con un longevo corridista de Altar. Dice que no le teme a nadie, ni a los soldados, pues aunque quiera no los puede ver. Se está quedando ciego. “Si me encuentro a un cabrón, ni cuenta me doy”. Con su bajo sexto recorre el boulevard principal en busca de algún despistado que le pida alguna canción, aunque no siempre logra recordar las notas, ni la letra de la canción. “Aquí no hay agricultura, vivimos de los pollitos”, canta mirando a la nada, es uno de los corridos locales que ensalza las travesías del desierto que traen los “cueros de rana”.
“Aviéntate el del Boulevard”, le pide Prisciliano, y este rememora. Al final cambia la letra, por un verso que no rima. “Ahora el del Quince”, hace como que no recuerda y le dice que no. El padre y yo le damos algunas monedas y camina de vuelta al boulevard.
Marcos Limón, alias el Quince, era un despiadado jefe de plaza que controla el tráfico de drogas y migrantes. Gran parte de este páramo infernal pasaba por sus dominios, en donde no dudaba en reafirmar su poder con ejecuciones y desapariciones que el gobierno después hacía pasar por cadáveres de caballos o coyotes.
Hace algunas semanas, mientras corría a toda velocidad por la calle principal, con el ruido de su Camaro a todo volumen se estrelló con una de las vallas del único puente del pueblo. Su muerte fue como una metáfora de este infierno, murió calcinado.
“Si no fuera sacerdote, ya estuviera en una fosa”
Prisciliano bien podría pasar por pollero, traficante o ganadero. Alto, fornido, con el particular tono rosado de los hombres de pueblo que descienden muy antiguamente de los colonizadores españoles. Además, maneja una Ford Lobo doble cabina y porta unas gafas Oakley. Su acento y sus expresiones están fuera de toda semántica religiosa.
Él dice que no es un hombre valiente, muchos creen que si. Es capaz de sacar a secuestrados de casas de seguridad que su destino seguro sería una fosa en el desierto. Es capaz de hacerse de palabras con los sicarios más despiadados del pueblo. Uno de ellos, que no nos dijo su nombre lo encontramos en su carro, custodiaba una de las esquinas. Inmediatamente vio la Ford Lobo, se bajó y saludó con reverencia al padre y hablaron sobre autos. Reían como dos amigos de muchos años. Hace algunos, cuando el padre intentó rescatar a un migrante secuestrado por este hombre, uno de los pistoleros a su servicio cortó el cartucho de su arma y le apunto al pecho. “Déjalo, -dijo el sicario a su ayudante-, este pedo es terrenal, no hay que meternos con enviados de Dios porque nos sala el negocio”.
Lo dejaron ir, pero la advertencia era clara: Los límites de la divinidad algún día podrían sobrepasarse. Ahora la anécdota resulta curiosa y lo cuenta a todo reportero que le visita. Ahora el sicario despiadado y el padre se volvieron buenos amigos y se bromean. Alguna de las bromas que le dijo, es que “si no fueras sacerdote, ya estuviera en una fosa”.
El negocio
Antes de 2009 por Altar cruzaban de 10 mil a 15 mil migrantes, según los cálculos del padre. Cada uno de ellos, tenía que pagar una cuota valuada alrededor de los 5 mil dólares. Eso incluía su pasaje hasta Altar, algunas comidas y el viaje por el desierto hasta la ciudad que prefiriera en Estados Unidos.
Desde 1995 que comenzaron los migrantes a cruzar por estos lares, se han instalado miles de negocios dedicados a ellos. Pequeños tianguis que ofrecen mochilas camuflajeadas para mimetizarse con la flora del desierto; farmacias que ofrecen un kit que incluye anticonceptivos para las mujeres por si son violadas, galones de agua pintados de negro para evitar que provoque reflejo con los rayos del sol, toallas sanitarias para colocarse sobre las suelas para evitar dejar huellas en la arena.
En el pueblo, existen 14 hoteles, uno de ellos muy cercano a las cinco estrellas, que no llegó a tener alberca porque los operativos de hace algunos años por militares volvió todo un poco más sutil, menos llamativo.
Además, 90 casas de huéspedes, que en cuartos habilitados con estructuras metálicas y bases de briqueta donde en un espacio de un metro y medio por dos metros, se recuestan cinco migrantes que pagan 80 pesos la noche. Si quieren cobija para el frio que en invierno puede superar los cero grados, son otros 20 pesos.
El negocio de las drogas y del tráfico de migrantes produce millones de dólares diarios. Puede llegar a producir seis ceros. Por eso, se defiende a sangre y fuego.
La vocación
“Tenemos que transformar a la sociedad” es su consigna y la asume como vocación. Sin embargo, para Prisciliano Peraza, el valiente clérigo del desierto, los procesos de cambio son lentos.
Cuando le pregunto qué consejo le da a un sicario que pasa a confesarse a su iglesia, y que le cuenta lo que ha hecho, él responde, interrumpiendo, “o que le he visto hacer las cosas”.
Con esa virtud didáctica que le caracteriza, me pone un ejemplo del peligro detrás de sus espaldas. “Haz de cuenta que voy pegado a una pared, para este lado están los cocodrilos, y para este están los leones. El día que me equivoque, sé los riesgos que tengo. Tampoco me hago el valiente, pero es mi misión y aquí estoy, hasta donde pueda lo voy a cumplir”.
Entrecierra los ojos y da el último sorbo de su café.

CRóNICA10. Publicación independiente editada en Cd. Obregón por Alejandro de la Torre. Número 156. Abril 2014. 10 pesos. Celular 6444 57 36 25 croni10@gmail.com www.revistacronica10.blogspot.mx Búsquela en puestos de revistas de Central Camionera, Supers La Canasta, y Farmacia Del Niño. Derechos Reservados.


    
Isla Tiburón (o de cuando los Seris fueron isla)
Por Alejandra Meza
Una isla, un trozo de tierra extirpado del país al que pertenece. Yo, un punto sobre la línea que separa tierra firme del océano pacífico, me desprendo del mapa para internarme en la más grande isla de México: la Isla Tiburón.
Mi versión favorita del origen de su nombre es la que cuenta que, durante la época colonial, los conquistadores se toparon con indígenas cuya ferocidad podía equipararse con la de un tiburón. Otra posibilidad es que se debe a la alta cantidad de estos animales que la merodean. Sin embargo, desde la lancha no veo ninguno.
Lo primero en la isla es observar que el agua de sus playas es celestial. Lo segundo, pensar que sería más atractiva si los Seris todavía la habitaran. Pero desde hace décadas están prohibidos los asentamientos humanos, y lo que alguna vez fue el hábitat de esta etnia, ahora es una reserva natural en la que solo participa como un atractivo turístico.
Nos cuenta una mujer Seri que cierta deidad les pidió a los animales que fueran al fondo del mar y sacaran un puño de arena para crear la tierra. Fue la caguama quien ejecutó la encomienda y es sobre ese puño de arena donde ahora un grupo de mestizos nos aproximamos a la cosmovisión de un pueblo que durante la colonia permaneció como una isla: apartada de la religión y las costumbres de los extranjeros.
Cleotilde, piel experimentada con ojos de pozo, danza y canta en honor a la caguama. Sus brazos ondulantes simulan las patas de esa especie de tortuga marina que, si el sol nos favoreciera, hoy aparecería sobre la arena danzando al ritmo de Cleotilde. Los que la rodeamos aplaudimos. Y probablemente imaginamos al enorme animal que posibilitó la creación.
Una que desconoce de qué lugares proviene el barro del que fue hecha, envidia a los Seris, que tienen la certeza de estar formados de arena del desierto de Sonora mezclada con agua del Mar de Cortés.
Nuestro guía es un antropólogo de nombre Joaquín. Mientras recorremos una ruta de tierra, piedras y arbustos, nos explica las propiedades de algunas plantas nativas de la Isla Tiburón. Por ejemplo el torote, usado para tratar problemas tan diversos como el dolor de estómago, el asma y las enfermedades venéreas, y también para elaborar las coritas o cestos típicos. O el ocotillo, antaño usado para elaborar las viviendas tradicionales.
Hubo un tiempo en que los Seris encontraban en la naturaleza todo lo que necesitaban para vivir: alimento y remedios, ocio y conocimiento. Hoy día recurren a la naturaleza pero en su forma modificada: teléfonos celulares y alimentos procesados, medicinas sintéticas y ropa confeccionada en países lejanos. Ahí está Diana manipulando unsmarthphone, Cleotilde bebiendo un refresco de fresa gasificado, un joven ataviado con una gorra de béisbol y don Alfredo portando un reloj de muñeca que le ayuda a contar el tiempo a la usanza del hombre “civilizado”.
De la pesca, la caza y la recolección como formas de subsistencia, la que perdura es la primera, aunada a la venta de artesanías, el comercio de productos marítimos, el traslado de turistas en lancha hacia la isla tiburón y la colaboración con las empresas de ecoturismo.
Los Seris se han mudado: de la Isla a la costa, de la vida nómada al sedentarismo, del agua a la coca cola, del licor de cactáceas a la cerveza, de las chozas de ocotillo a las casas de material. Hablan español y hacen tratos comerciales con “otros” mexicanos y hasta con norteamericanos. Sin embargo, mantienen su lengua y los rituales. Es decir, podrían aislarse si así lo desean.
Ahora el guía nos lleva a un manglar. Recorremos una zona de agua que, franqueada por mangles, penetra la isla. La peculiaridad de los humedales es su baja profundidad. Puedes ir arrastrando los pies, haciendo surcos con los dedos, gozando las corrientes de agua fría entre las piernas sin que suba más allá de tu clavícula. Con las manos voy arrancando almejas que encuentro casi en la superficie de la arena. Más tarde algunos se comerán el producto de su colecta con salsa y limón.
Esta parte de la isla fue de extremo valor para los ancestros de los Seris, pues durante su etapa nómada solían acampar de forma temporal cerca de aguas poco profundas. Así tenían a la mano una rica fuente de alimentos, medicinas y herramientas.
Para estimular nuestra conciencia ecológica, Joaquín nos convoca a enlazarnos en un círculo. Cerramos los ojos y nos dejamos ir hacia atrás pero sin soltarnos las manos. Cada quien es una especie animal a elegir. Se nombra una especie y los que “pertenezcan” a ésta deberán soltarse. El equilibrio del ecosistema se rompe –qué mal. Todos caemos al agua –qué delicia. Y así la moraleja es comprendida en pleno chapuzón.
De vuelta al “campamento” hay un tiempo para comer. La gente se agrupa cual tribus, comparte, convive. De pronto me percibo como la única solitaria del tour. Irónica comparación: Soy ahora mismo una isla.
Antes de que la lancha nos ponga de regreso en Punta Chueca, antes de volver a tierra firme, algunos nos hacemos de pintura facial seri. Por 20 pesos, Diana colorea en mi rostro una serie de dibujos centenarios que, según me explica, significan que estoy preparada para irme de fiesta.
En tierra firme nos esperan las mujeres que venden artesanías, los niños que quieren regalos y hasta los perros que, de tantos, parecen salir del mar.
El camión arranca rumbo a la ciudad. En el camino, emerge la isla Tiburón en mi mente y alcanzo a ver cómo decenas de Seris salen de atrás de los saguaros y las montañas. Festejan. Los niños corren en la playa y sonríen. Los adultos beben un licor de alguna cactácea y comen tortuga guisada. Se despojan de sus ropas occidentales y hacen rituales que incluyen cantos y bailes. Sobre la arena, sus sombras forman caguamas que danzan en honor a la Tierra.

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