sábado, 8 de octubre de 2022

Hombre sin templo, desciende tu ejemplo: El Ché

Hombre sin apellido, sin muerte, sin templo, desciende a mi ciudad tu ejemplo.

Por Alejandro De la Torre.
Previo a mi segunda década de edad, me contagié del Ché. Me causó un ideal, aunque nunca creí practicarlo. Entre a Ciencias Políticas en la UNAM y el primer día que me presenté a Ciudad Universitaria me topé con un mitin de 10 mil estudiantes, pues me asusté, yo iba a estudiar, no a hacer huelgas.
Admiraba más que a Guevara, a Pancho Villa, Lázaro Cárdenas, José Revueltas, Adolfo Sánchez Vásquez, Mario Benedetti, Luis Javier Garrido, Carlos Pereyra, Sigmund Freud, Sor Juana Inés de la Cruz.
Al guerrillero lo vi siempre como una locura, porque incluso pobladores de Bolivia, campesinos, obreros, nunca reaccionaron a su llamado a la revolución cuando se fue a promoverla en 1967, que hasta lo delataron para que lo cazara el ejército y lo mataran.
A los líderes de la revolución rusa 1905-17, a pesar de su impacto en la historia del mundo, los sigo caracterizando en su recuento como políticos excitados y soberbios, esquemáticos y obsesivos. Esas características hacen que caigan de mi gracia.
Pero revisar al Ché en los años 80 era contagiarse de una figura y una representación humana al luchar y hacer la revolución quince años antes, con pasión y esencia, ademas de que su persona tenía un magnetismo inigualable, de belleza tierna como hombre, un tipo de hombre que no todos los hombres reflejan.
Ese carácter es indescriptible con palabras, solo se siente. Incluso son las características, de la representación de Jesucristo, en la historia oficial del cristianismo. Pero el Ché fue actual. No fue un cristo pintado por los cuadros de la edad media, de mirada tierna, pelo lacio, delgado, reflexivo, pero con profundas dotes de líder de masas. Que tal vez no son verdaderas esas descripciones, por ser una historia sin gráficas directas de los hechos de hace 20 siglos, de los que escribieron los evangelios que tres de ellos no fueron testigos presenciales. Tal vez el Jesús de Nazaret no fue como lo pintan. En contraste, el Ché si es el Ché.
La mirada del Ché, sus cejas pobladas, su cabellera desparpajada, su rostro y gesto, indican que reflejaba lo que era. Ni Fidel Castro ni Camilo Cienfuegos ni nadie más, logran esa figura idealística, perseguida por la juventud popular de las últimas tres décadas del siglo 20.
¿Qué luchadores o personajes de las luchas sociales o revolucionarias pueden asemejarse a ese emblema de Guevara? Muchos y muy importantes.
Ese significado de morir por los ideales, por el pueblo, por los valores de la honestidad revolucionaria y contra la injusticia donde quiera que esté, es el más grande designio para quien pretenda ser revolucionario, ha sido el camino de personajes tan simbológicos y emblemáticos como Patrice Lumumba, Frantz Fanon, Arturo Gámiz García, Lucio Cabañas Barrientos, Genaro Vásquez Rojas, muchos de los líderes del 68, la Liga 23, pero tambien del nicaragüense Augusto Cesar Sandino, el colombiano Camilo Torres Restrepo, los chilenos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, del FMLN de El Salvador, hasta llegar a los del EZLN y su figura el Subcomandante Marcos que tuvo mucho de reflejo de la imagen de El Ché.
El seguimiento del Ché vuelvo a insistir no me incita a aterrizarlo a la vida práctica de las luchas sociales, a las luchas contra las injusticias del sistema de opresión o desigualdad del capitalismo o neoliberalismo. Las luchas populares se desapartan de ese ideal casi encuadrado a Cuba del Ché Guevara. Las luchas obreras y sociales que pueden devenir no tendrán como emblema al Ché, mucho menos a las efigies marxistas, rusas y maoístas, o a ese esquema de seguirlos como santos religiosos, porque los años y el contexto se encargan de dejarlos atrás y buscar en los pasos concretos y en los avances prácticos que el pueblo trabajador mexicano requiere, para alcanzar el socialismo y derrotar a la injusticia y la desigualdad, además de lograr la libertad y la revolución por un camino parecido pero que sin embargo tiene su propio sendero. (Alejandro de la Torre).

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