SUAVE MATRIA:
Se creyeron invencibles
Pensaban
que así como tenían el control de su presente político lo tenían también del
futuro. No tenían límites. Creían que podían comprarlo todo, inclusive el
porvenir.
Por Beatriz Aldaco
Actuaban
muy seguros de sí mismos porque controlaban la administración de la ley, que no
los tocaba, y se comportaron como si la impunidad que se autootorgaron fuera a
prolongarse eternamente. Se sentían dioses.
Por
su mente no pasaba la noción de culpabilidad, ni el sentimiento de culpa por la
esfera de sus emociones. De ahí que el miedo al castigo no ocupara sitio alguno
en sus expectativas.
Es
notable en ellos una falla en la “función paterna” o “nombre del Padre”, como
denominó Lacan a esa especie de ley psíquica que acalla o contiene ciertas
pulsiones, como las que llevan a pasar por alto todos los consensos sobre lo
correcto y lo justo.
Con Freud, el superyó cumplió una muy limitada función en sus personalidades. En bien razonadas decisiones personales y de grupo a lo largo de su vida política, fueron inhabilitando normas, reglas y prohibiciones propias de la “conciencia moral”, uno de los dos componentes de esa instancia de la psique.
Fueron
acallando la voz de la conciencia, la hicieron desaparecer en murmullos y con
ella también las funciones de autovigilancia, autoevaluación y autocensura que
operan en la mayoría de los seres humanos.
Al
otro elemento del superyó, Freud lo llamó “ideal del yo”, que en la maduración
de la vida de los sujetos pasa a sustituir al “narcisismo infantil temprano”.
Durante esta primera etapa, el niño se siente todopoderoso. Tal pareciera que
en ellos no se dio esa importante operación de reemplazo y su actuación, ya de
adultos consumados, no trascendió el narcisismo primario que debieron haber
superado desde la niñez.
¿Cómo
se distingue a esas personas con fuertes rasgos narcisistas recrudecidos por la
edad?
El
narcisista tiende a sobrestimar su valía personal y sus capacidades y espera
que los demás le reconozcan esos rasgos. Una aureola de superioridad los
acompaña siempre. ¿Quién no tiene grabada la imagen del político atildado en
extremo, caminando con aires de suficiencia monárquica por entre la gente, con
la mirada rebotando aquí y allá, sin conectar con nadie porque no siente
necesidad de salir de sí mismo, mostrando su desinterés y a la vez
imposibilidad para relacionarse de manera transversal con los otros?
Dado
que los puestos públicos son para servir al pueblo, no pareciera haber un
perfil menos adecuado para tal actividad que el del narcisista, pero ocurre que
es el temperamento que ha predominado en ese ámbito. Para ellos los otros son
sólo el pretexto para un quehacer cuya finalidad es el beneficio personal.
Hacen lo mínimo indispensable para sostenerse en su cargo, pero su propósito es
el lucro.
Pero
no hay que confundirse, la mayoría de los corruptos no presenta una condición
patológica en sentido estricto; la corrupción no figura en el Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Pero por lo dicho
hasta aquí, podría parecerlo. No, el corrupto opera dentro de los límites de la
razón, con toda la capacidad y frialdad racional para calcular los alcances,
costos y beneficios de sus acciones. El pensamiento del psicótico, por ejemplo,
es desorganizado, todo lo contrario al de estos sujetos.
Lo
que se encuentra en la mente del corrupto son rasgos de determinadas
patologías, no llegan a cumplir el perfil de ninguna de ellas de manera puntual
y rigurosa pero comparten varias. De no ser así, estaríamos ante un grupo de
enfermos que no actúan en pleno uso de su entendimiento y facultades cognitivas
e intelectuales y por lo tanto tendrían una justificación médica.
Lo
que sí puede ocurrir es que el cúmulo de comportamientos deshonestos y fuera de
la ética y de la ley afecten con el tiempo la salud mental de las personas.
Así, tenemos los desvaríos cada vez más preocupantes de Vicente Fox; la
verborrea de Calderón que aumenta en la medida en que se van develando las
pruebas de su culpabilidad en variados y muy graves delitos, cuando lo que
haría una persona sensata es mejor guardar silencio; las fantochadas de Enrique
Peña Nieto posando con su novia (misma estrategia con la que logró engatuzar a
muchos en las elecciones de 2012, pero con otra novia) poco después de dejar la
presidencia de la república, para intentar desviar la atención de los crímenes
de que se le hace responsable.
Se
creían invencibles. Creyeron que nunca serían descubiertos, perseguidos,
encarcelados. Su arrogancia y carencia absoluta del sentimiento de
vulnerabilidad les impidió advertir que no eran tan poderosos, que su
invencibilidad fue un invento que se hicieron para poder delinquir sin
cortapisas.
En
su nefasto caminar no les importó la pérdida de vidas humanas, el prójimo caído
a consecuencia de su ambición desmedida por el dinero. Sus fantasías de éxito
eran tan pobres que se limitaron a eso, a la acumulación material. Y así
pasarán tristemente a la historia, con sus delirios de grandeza y omnipotencia
vueltos nada, aniquilados.
Se creyeron invencibles.
Emilio Lozoya
Austin, ex director de Pemex, ahora “testigo colaborador” de la FGR, acusado de
asociación delictuosa, lavado de dinero y cohecho. Dispuesto a aportar pruebas
contra sus superiores en el sexenio anterior: Luis Videgaray, ex secretario de
Hacienda y exsecretario de Relaciones exteriores en el gobierno, así como el
expresidente Peña Nieto.
Beatriz
Aldaco. Escritora, profesora de literatura y editora. Originaria de Ensenada,
Baja California, radica actualmente en Sonora. Es autora de la columna
periodística «Suave Matria».
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