El agua que corre hacia el poder: historia crítica de los planes hídricos en Sonora
Falta agregar lo que se hace con el agua agrícola en el Sur de Sonora,
acaparada por intereses privados de tierra que consumen hasta mil millones de
metros cúbicos por ciclo, para producir 2 millones de toneladas de trigo que se
exporta para fábricas de pastas y para granjas porcícolas, no para hacer harina
para abatir la desnutrición en la población mexicana.
Esta agua que sale de la cuenca del rio yaqui, la distribuyen rentadores
del 80 por ciento de la tierra de los valles, y Sociedades empresariales que
siembran de 300 a 3 mil hectáreas por cada una, que las manejan desde luego un
solo o dos propietarios de familias adineradas y que controlan las secciones y
el distrito de riego.
Estos megas agricultores tienen unas diez mil hectáreas de huertas de cítricos,
de nuez, invernaderos y ranchos ganaderos y en la mayor parte logran el permiso
para operar pozos y son de apellidos de alcurnia regional, que aún y cuando sus
empresas dependen de la exportación de sus productos, no son boyantes, pero que
tampoco contribuyen para elevar el ingreso general de la gente del campo y
menos de la ciudad.
Hoy la presa Álvaro Obregón, cuenta con el 15 por ciento de
almacenamiento, por ejemplo en los meses de junio de cada año, se tienen
captaciones promedio de 57 millones de metros cúbicos y este junio de 2025 solo
se captaron 12.3 millones de metros cúbicos.
Este solo dato nos muestra que no deberían de extraerse todavía recursos del hídrico porque no se abastecen los represos como el Chiculí ni el manto de la afluente rivereña del rio Yaqui, y no existen expectativa de mayores recursos para 2026 pero van a autorizar 30 mil hectáreas mas que las que se autorizaron de siembre en 2024, extraer estas grandes dosis, seca la vegetación, incrementa la alta presión atmosférica y sobrecalienta el ambiente, lo que no genera humedad y por lo tanto no hay mayores precipitaciones por la resequedad por consecuencia.
Es como el gobierno de Durazo se hace el omiso, un gobierno peor que los priistas. (Alejandro de la Torre CRóNICA10).
José Luis Jara escribe esto:
Recuerdo que, de niño, jugábamos a las adivinanzas como quien juega con
la lógica y el corazón. Una de ellas —no sé si el pueblo sediento la recuerde—
decía:
“Agua pasa por mi casa, cate de mi corazón. El que no me lo adivine es
un burro cabezón.”
De ahí nos saltábamos a otros juegos, todos ellos inocentes, nacidos en
esas conciencias tempranas donde creíamos que el agua era para todos, que a
nadie se le niega un vaso de agua. La enseñanza bíblica es clara, profunda y
conmovedora: “Dad de beber al sediento, dad de comer al hambriento…”. Quizás
aún la repite el pueblo creyente, como acto de fe y de justicia elemental.
Esa referencia bíblica de San Mateo encierra una sabiduría olvidada:
reconocer al otro como igual. Tal vez, en el fondo, también nos advertía que el
agua no debe ser objeto de codicia, sino causa común. Pero en Sonora, esa
conciencia ha chocado de frente con una realidad donde el poder ha hecho del
agua una herramienta de dominio. Una historia donde el líquido vital ha sido
expropiado por quienes confunden gobierno con propiedad, soberanía con saqueo.
Aquí comienza el recuento de las familias y empresas que se han
beneficiado con los planes hídricos más famosos en la historia de Sonora.
El agua corre hacia el poder
Por siglos, el agua en Sonora no ha fluido al ritmo de la lluvia ni ha
seguido la lógica de la gravedad —de la montaña al mar—, sino que ha obedecido
las rutas dictadas por los intereses del poder. En esta tierra de desiertos
fértiles y ríos saqueados, los planes hídricos han servido menos para asegurar
el derecho humano al agua y más para garantizar privilegios. Basta con seguir
el cauce de las grandes obras hidráulicas del siglo XX y XXI para descubrir a
sus verdaderos beneficiarios: consorcios agroindustriales, dinastías políticas
y corporaciones mineras que han bebido del recurso común como si fuera un bien
hereditario.
Ríos para sembrar fortuna
En los años 40 y 50, con la construcción de presas como la Álvaro
Obregón y la Adolfo Ruiz Cortines, nació una nueva aristocracia agraria en el
sur de Sonora. No fueron los pueblos originarios ni los pequeños ejidatarios
quienes se beneficiaron con los grandes distritos de riego del Valle del Yaqui
y del Mayo, sino las familias Obregón, Almada, Encinas y Bours. Bajo la bandera
de la modernización agrícola, esas tierras se llenaron de canales y sembradíos
de trigo que alimentaban más al dólar que al maíz del pueblo. El agua de la
nación se convirtió en riego para el negocio familiar, mientras el discurso
revolucionario aún hablaba de justicia social.
La tecnificación selectiva
Décadas después, con la tecnificación del riego y la liberalización del
campo en los años 80 y 90, el patrón se repitió. La modernidad hídrica no tocó
a todos por igual. Los beneficios se concentraron en agroexportadores como
Videxport, Grupo Alta, Agrícola Belher, y otros consorcios de Caborca y del sur
del estado. Las familias de siempre, ahora con nombres empresariales más
pulidos, accedieron a créditos, subsidios y concesiones. Mientras tanto, los
pequeños agricultores veían cómo se secaban sus norias o eran multados por no
llenar correctamente los formularios de CONAGUA. El agua, ya entonces, era un
privilegio con nombre y apellido.
Acueductos para el desarrollo… selectivo
El siglo XXI trajo consigo los megaproyectos hídricos, y con ellos, los
conflictos. El Acueducto Independencia, inaugurado bajo el pretexto de
garantizar agua a Hermosillo, terminó beneficiando principalmente a la
industria automotriz —como Ford— y a los parques industriales de la capital.
Las inmobiliarias también hicieron su agosto: crecieron las colonias del norte,
se multiplicaron los fraccionamientos de lujo, mientras las colonias populares
siguieron dependiendo de pipas. Todo esto, pese al rechazo legal y moral del
pueblo yaqui, que vio cómo se le arrancaba el agua ancestral sin consulta ni
compensación. Así se consagró el trasvase del despojo.
El litio y el agua: la nueva fiebre
Hoy, con el Plan Hídrico Sonora 2023–2053, la historia se repite con
nombres nuevos. El discurso dice que el agua es para el pueblo, pero la
infraestructura apunta a los pozos donde se proyecta explotar litio. Se
instalan desaladoras en Guaymas y Empalme, no sólo para calmar la sed urbana,
sino para alimentar parques industriales, maquilas y desarrollos turísticos.
Grupo México sigue concentrando millones de metros cúbicos anuales, incluso
después del ecocidio de 2014 en el río Sonora. Ni multa ni reparación efectiva.
Al contrario: el Estado le asegura continuidad hídrica.
Agua para pocos
Mientras tanto, comunidades indígenas y campesinas enfrentan escasez,
contaminación y vigilancia. Sus pozos son clausurados por "exceso de
uso", sus trámites se entrampan en la burocracia, sus voces no son
escuchadas en las “mesas técnicas del futuro hídrico del estado”. El lenguaje
oficial lo dice todo: “conectividad estratégica”, “eficiencia para la
inversión”, “uso productivo del recurso”. El agua ya no es vida: es un insumo.
No es derecho: es vector de utilidad.
Conclusión
El agua en Sonora ha sido repartida por tuberías de poder. No es el azar,
ni la necesidad colectiva, la que determina quién accede a ella. Son los
intereses de familias, empresas y gobiernos los que han moldeado el mapa
hídrico del estado. Y si no se rompe con este modelo extractivista, la sed será
cada vez más política, más injusta, más peligrosa.
Al llegar a este punto, me sorprendí musitando una súplica como si fuera
un conjuro antiguo. Tal vez necesitemos recordar la voz de Hammurabi, aquel rey
de Babilonia que escribió las primeras reglas de justicia social. O quizás baste
con volver a las palabras de Jesús, en el evangelio según San Mateo:
“Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de
beber…”
Que ese mandato moral sea el principio de una política del agua con rostro humano, capaz de calmar, al fin, el sufrimiento del pueblo sediento.
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